martes, 25 de febrero de 2014

...vosotros mismos.

"La palabra de mi Padre necesita ser escuchada en otros lugares y no solo en estas orillas... ¿Quién de entre vosotros me seguirá a Jericó?"

Nos fuimos al alba del día siguiente cuando Cafarnaúm aún dormía. Éramos más de veinte los que nos habíamos dado cita a la salida del burgo, en dirección al Tiberiades. Algunas lámparas de aceite brillaban aún sobre las terrazas dispersas cuando, envueltos en nuestros mantos, emprendimos camino.

Dos ciegos quedaron curados el primer día de nuestro viaje, en dos pueblos vecinos.

Unas voces roncas habían gritado ¡Rabí!, ¡Rabí!, y el Rabí había puesto simplemente un poco de saliva sobre los párpados yertos... Eso fue todo... ¡era tan sencillo!

"Vuestra saliva es vosotros mismos, contestaba el Maestro a las preguntas que se acumulaban y entrecortaban, vuestros cabellos son vosotros mismos, el sudor de vuestra frente y el polvo de vuestra piel son vosotros mismos. Haced ahora que el amor sea vosotros mismos y entonces mi Padre obrará en vosotros, a través vuestro..."

Y reemprendía el camino, echando su manto sobre los hombros con un gesto, sabiendo que las preguntas que dejaba en suspenso hacían madurar las almas según su grado de abertura.

jueves, 20 de febrero de 2014

¿Y el documento?

Con 30 y 26 años, enamorados, decidieron irse a vivir juntos. Él llevaba separado de su esposa algunos años. Venticinco años de feliz convivencia habían transcurrido cuando un accidente en la empresa donde él trabajaba ocasionó su fallecimiento.

A las pocas semanas su ex-mujer empezó a recibir la pensión que como viuda le correspondía...

La falta del documento que acreditaba tanto la separación como la posterior convivencia con otra persona estaba sin realizar. Al dolor de la falta del ser querido se sumó la desorientación y la confusión administrativa.

Un simple documento firmado hubiese encauzado las cosas en su justo y natural término.

El caso terminó cuando la primera esposa, dándose cuenta de la situación, renunció a dicha pensión y facilitó todos los procedimientos para la resolución a favor de la compañera.
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Dos mujeres de edad, viudas ambas, íntimas amigas desde su juventud, vivían solas en sus respectivos domicilios. Solían verse muy a menudo pues una de ellas viajaba desde el otro lado de la ciudad casi todas las tardes.

Transcurrieron los años... Un día la de más edad y dueña de la casa donde se veían le dijo: “Me gustaría que no tuvieses que irte por las noches. Llevo algún tiempo pensando algo que quería proponerte. ¿Qué te parece si viviésemos juntas en mi casa? Podrías vender tu casa y venirte a vivir conmigo”. A su amiga le pareció una excelente idea, dada la amistad, el cariño y la confianza que se profesaban. ¡Accedió a ello encantada!

Pasaron los años... Falleció la propietaria de la vivienda... Los herederos hicieron valer su derecho y la amiga tuvo que abandonar la casa.

Un simple documento firmado por la propietaria donde le otorgase a su amiga el derecho de usufructo de la casa hubiese bastado para que las cosas se desarrollasen como realmente querían. Una vez más la falta del papel adecuado ocasionó dolor y confusión. A la ausencia de su amiga tuvo que enfrentar dejar la casa donde vivía. En esencia “su propia” casa.
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Sucedió en una aldea de Galicia en el año 1908. Dos hombres charlaban sentados en una mesa delante de sendos vasos de vino. Uno, propietario de unas tierras que quería vender. El otro interesado en ellas. Acordaron la venta y el precio... Al día siguiente las tierras se pagaron al instante mientras firmaban en un papel el reconocimiento de dicha operación...

De nuevo el tiempo se movió...

En el año 2007 el nieto del comprador tuvo que dejar su trabajo al otro lado del país para dedicarse a pleitear en los juzgados de Coruña por el derecho a aquellas tierras.

¿La razón? Aquella operación fue firmada en un trozo de papel de estraza, papel aspero y antiguo que se usaba en las tiendas de alimentación para envolver cualquier producto. Dicha operación jamás fue oficializada ni presentada en el Registro de la Propiedad correspondiente. En ésta figuraban las tierras a nombre del vendedor, y por consiguiente de sus herederos.

El pleito duró año y medio. Felizmente ganó la familia del comprador. Las tierras habían alcanzado un valor de treinta millones de pesetas.

miércoles, 19 de febrero de 2014

El semáforo...

Parado en la acera en compañía de mi amiga Idoia, esperando que el semáforo se pusiese en verde para cruzar la calle, me dijo: “Para lo que parece estar pasándote hay un antídoto muy fuerte, y añadió: el perdón.”

Acabábamos de salir de una cafetería en la que le comentaba como nuestra vida profesional y económica se estaba yendo al traste. Esto sucedía hace algo más de 20 años.

Mientras cruzábamos la calle fui consciente de que esa familia de amigos, antaño, en aquel momento representaban la mayor animadversión que pudiera sentir hacia alguien, y no porque fuesen responsables de nada de lo que nos sucedía, en absoluto. No eran conscientes de ello... Hacían su vida totalmente al margen de mí y mis sentimientos. Y sin embargo yo les tenía presentes a menudo... Y pensé: ¿Qué estoy haciendo cargando con semejante absurdo?

Cuando llegamos a la otra acera sin haber dicho una palabra más, me despedí, no sin cierta alegría interior ya, e iniciando mi camino ¡perdoné!

Perdoné a cada miembro de aquel grupo con una satisfacción que no había sentido antes. Me liberé totalmente de aquella carga que, sin ser consciente, había creado yo solo.

¡Perdoné!... Y noté, hasta físicamente, como se liberaban pesos de mi espalda.

Desde entonces no he dejado de practicar el perdón. Perdón por lo pequeño y lo grande. Por lo que parece dejar huella y lo que no. Perdono todo lo que deba ser perdonado...

Aquella tarde no pude expresarles amor... No sabría como hacerlo, y dudo que de saberlo lo hubiese hecho. Pero el paso estaba dado. Después llegó la oración y la bendición. Herramientas todas ellas que, utilizándolas, construyes tu vida tú... En vez de dejar que los otros o los acontecimientos lo hagan por ti.

Este texto guarda relación con las palabras de mi amiga Chusa, quien asegura y con razón que: “Hablas de dar Perdón y Amor con mayúsculas, palabras fáciles de decir y difíciles de cumplir.”

Y sí, lo afirmo, tiene razón. Fáciles y difíciles... Pero la dificultad querida amiga está en uno mismo. Y por ello también la solución.

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YO SOY la Resurrección y la Vida de todo bien en mi corriente de vida.
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martes, 11 de febrero de 2014

La creencia...

Anunciación. John William Waterhouse. 1914

Hace unos días leía unas palabras en un blog referente a las creencias y Dios. 

Recordé el caso de mi buena amiga Cristina. La encontré hace años saliendo de su despacho con lágrimas en los ojos...

¿Qué sucede Cris?...”.
¡Nada!” me contestó... “No deseo hablar de ello...”

Ese mediodía se sentó en la mesa del restaurante donde comíamos algunos compañeros habitualmente... En los doce años de trabajo juntos nunca hasta ese día había coincidido con ella comiendo.

¿Se te pasó el disgusto?” pregunté.
Sí, mucho mejor.”
No quiero que me digas la razón, pero ¿es algo serio?”
...Bueno, es algo que me está sucediendo y no contaba con ello...”
Crees en Dios”
Sí”, contestó.
Has probado a rezar?”

Me miró a los ojos y dijo: “Con todo lo que tiene que hacer Dios en el mundo ¿cómo va a tener tiempo de ocuparse de una situación como la mía?”.

Cristina expresaba su creencia en un Dios limitado, y sujeto a las exigencias de un mundo que, según ella, le desbordaba...

Esta creencia de limitación, aunque con mil formas y matices, la he visto a menudo en personas creyentes. Y en casi todo el abanico de tendencias que conozco.

Y son estas creencias, y no Dios mismo, las que limitan lo que realmente puede hacer Dios por ti. Son tus creencias las que crean tu día a día... Si son de limitación, habrá limitación. Si son de abundancia, habrá abundancia. Dios sólo se limita a asentir... lo que tú mismo crees que es verdad.

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Bendigo todo el dinero que recibo y todo el dinero que pago. 
Bendigo todo el dinero que tengo en el banco, cartera, bolsillos y casa.
Doy gracias de todo corazón.
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viernes, 7 de febrero de 2014

Tenga usted cuidado padre...

























Cogió el tren en Bilbao pues su destino era Bermeo. Villa fundada en 1236. Pueblo costero dedicado a la pesca y las conserveras.

Juan Díez Zorriqueta, joven sacerdote, se dirigía aquella mañana de 1960 hacia el destino que el obispado le había asignado: la parroquia de Bermeo. El viejo don Manuel se retiraba ya después de cuarenta años de servicio en aquella localidad.

Sentándose junto a la ventana observó que no había mucha gente en el vagón. Miró por ésta hacia el andén y vio como algunos aldeanos cargados con cestos y sacos medio vacíos se apresuraban hacia el tren. Observó que alguien se sentaba frente a él y volvió la mirada...

-Buenos días padre... Una mujer de unos cincuenta años, con delantal gris y dejando en el suelo dos grandes cestos vacíos oliendo a pescado se sentó frente a él.
-¿Va muy lejos padre?
-A Bermeo...
-¿No me diga que es el nuevo párroco?
-Pues sí, contestó éste sonriendo.
-¡Vaya! Pero si es muy joven, le dijo la mujer mirándole de arriba a abajo. E inició una conversación con él...
-...Tenga usted cuidado padre, en Bermeo les ponemos mote a todos...
-Sí, algo de eso me han contado, pero no se preocupe, ¡ya vengo prevenido!

Pocos llegaron a conocerle por su nombre. Muchos años después se jubiló como “Don Prevenido”.

domingo, 2 de febrero de 2014

La tienda...

Trabajaron juntas en un comercio como dependientas. Tuvieron oportunidad de quedarse con el negocio y compraron la tienda, se asociaron. Durante muchos años las cosas les fueron muy bien. Cuando la situación económica general empezó a marcarles límites, empezaron las tensiones. Ambas cosas no lo hicieron de la noche a la mañana. Un día descubrieron que la caja estaba vacía, que la zona, ayer comercial, se había ido quedando sin tiendas, que su propio local se había desvalorizado, y que entre ellas se habían ido perdiendo el respeto.

Seguir con el negocio era impensable. Seguir juntas imposible. Alquilar o vender no era fácil. La tensión alcanzaba cotas de incomunicación que las precipitaba al cierre...

Alguien le sugirió a una de ellas que tal vez lo que necesitaba era esto:

Perdono todo lo que deba ser perdonado y también me perdono a mí misma. Doy mi amor y mi perdón a todo el que lo necesite.”

Ésta apuntó la enseñanza en un papel y aseguró que trabajaría con ella.

A la otra le contó la siguiente historia:

Benevolencia*

"Un tendero acudió al Maestro para decirle que enfrente de su tienda habían abierto un gran almacén que amenazaba con obligarle a dejar el negocio. Su familia había regentado la tienda durante un siglo, y el perderla ahora significaría su ruina, porque él no estaba preparado para hacer otra cosa.

El Maestro le dijo: “Si temes al propietario del gran almacén, acabarás odiándolo. Y el odio será tu ruina.”

¿Qué debo hacer, pues?” Preguntó el desesperado tendero.

Sal todas las mañanas a la puerta de tu tienda y bendícela, deseando su prosperidad. Luego vuélvete hacia el gran almacén y bendícelo también.”

¿Qué dices? ¿Bendecir al que me hace la competencia y va a destruirme?”

Cada una de tus bendiciones sobre él redundará en beneficio tuyo. Y cada mal que le desees servirá para destruirte.”

Al cabo de seis meses regresó el tendero para contarle que, como se temía, había tenido que cerrar su tienda, pero que ahora estaba al frente del gran almacén y que las cosas le iban mejor que nunca.”

Algo pareció cambiar en el talante de esta última según oía esta historia...

Una semana después y habiendo retomado el diálogo y la cordialidad entre ambas, comentaban que un proveedor suyo, asociado a otros, les alquilaba el local y contaba con una de ellas como dependienta. Ningún problema en la elección pues una ya dejó claro que no deseaba seguir trabajando.


* Quién puede hacer que amanezca. Anthony de Mello, S. J.