miércoles, 31 de diciembre de 2014

Juan... sal un momento!

Brazuelo.
“...Quiero que invites al joven que está sentado afuera a desayunar con nosotros”.

Lo reconoció en cuanto lo vio según regresaba de comprar el pan. Era él, sin duda. ¿No lo había tenido en el pensamiento desde que lo vio por primera vez en el mercadillo de los jueves?.

Aquel día se compró un jersey en el puesto en el que éste se encontraba sólo por verle más de cerca. De hecho pensó que era uno de ellos. Más tarde, y ya con la mochila al hombro, volvió a verle en la plaza paseando bajo los soportales.

Algo había en aquel hombre que despertó en ella algo adormecido hacía ya tiempo... De cuando se separó de su marido hace años y se vino a vivir con su hermano. Éste, sacerdote del pequeño pueblo maragato de Veguellina de Órbigo.

Cuando, una vez en la cocina, su hermano la presentó, notó como un ligero rubor cubría sus mejillas, o eso esperó, ligero... Y a la vez vio en los ojos de él como se esforzaba en recordar dónde la había visto... Le gustó el detalle. Ya había notado como la miró en el mercadillo aquel día de meses atrás.

Invierno, con una helada que todavía a esa hora cubría tejados y campos, los setos que bordeaban la iglesia y la fuente y los bancos del parque cercano. Si bien el sol ya empezaba a calentar ese 31 de Diciembre de 1998.

Sirvió el café caliente y las tostadas que había preparado. La cocina de leña, encendida a primer hora, había caldeado sobremanera la habitación... Pensó que tal vez esa circunstancia disimularía el rubor que, al cruzar la mirada con él, sentía surgir de nuevo. ¿De dónde venía esa sensación?...

Aunque entraba ocasionalmente en la conversación que ambos hombres mantenían, prefería quedarse al margen moviéndose por la cocina... Y observándole, cuando le tenía de espaldas, con interés y satisfacción... Creyó percibir en su hermano cierta mirada de complicidad.

Supo que el viajero había dormido en el albergue de peregrinos. Que provenía de Madrid y se dirigía hacia Galicia. Un revés económico en la empresa en la que trabajó desde siempre le dejó en la calle dos años atrás. Si bien algo estuvo haciendo ocasionalmente, decidió tomarse un tiempo para encontrase a sí mismo... 

Una mochila y unas cómodas botas de caminante fueron su bagaje durante el último año. Recorrió caminos, Durmió en posadas y pórticos. Parques y plazas. Dejó pasar el tiempo en antiguos pueblos de viejas piedras hablando con las gentes del ayer... Cruzó puentes que unían tierras. Vio madurar el trigo en campos de labranza. Participó en siegas, bebió de las norias. Contempló con añoranza humildes huertecillos. Sació el hambre en árboles frutales. En las noches de verano contó estrellas. Conoció a Dios... Y dejó que la vida sucediese...

Hasta que aceptó el trabajo que su amigo de infancia le ofreció en sus tiendas. Hacía allí se dirigía...

Comió y cenó con ellos en compañía de varios amigos. Quince días después viajaban ambos hacia Coruña. Tres meses más tarde de aquel encuentro en el pórtico de la iglesia, salían por su puerta cogidos de la mano convertidos en marido y mujer. 

Manuela y Miguel... Conocidos en toda la comarca por las cenas de Nochebuena y comidas de Año Nuevo que organizan con los ancianos de la residencia de Astorga, quienes son invitados a celebrarlas entre las gentes del lugar y de los pueblos vecinos.

jueves, 25 de diciembre de 2014

Los gorriones...

Hoy, día de navidad, observo por la ventana como está amaneciendo un día gris y con niebla en las cumbres que rodean el valle. La calle está húmeda, ¡habrá llovido!

A esta hora, 9'10h, no se ve a nadie por la calle. No hay un solo ruido. Sólo algún gorrión empieza a buscar su alimento revoloteando de un lado a otro de la plaza. No sé si encontrarán algo.

Acabo de colocar debajo del árbol, que anoche engalanaron con ilusión mis dos nietas, todos los paquetes que este año representan los regalos de navidad. En el país vasco es el Olentzero (carbonero) quien los reparte por la noche.

Si bien ya saben quienes son los artífices de dichos paquetes, no en vano algunos los han escogido personalmente en las tiendas, no cabe duda que vivirán la “sorpresa” al levantarse.. Y es que la inocencia es la inocencia...

¿Quién no la ha tenido y vivido de niño? Quienes peinamos canas, en demasía.

Hoy con estas dos pequeñas, para 11 y 4 años dentro de unos meses, y ayer con nuestros hijos, hemos procurado siempre que vivan la realidad de estos días con la mayor naturalidad. ¿Hay un carbonero, uno que surca los cielos en trineo o tres engalanados con mantos, barbas y uno de color negro que escalen paredes de casas y desciendan por las chimeneas? ¿No?... ¡Entonces para qué crearlos!

-¡Hombre!... ¿Y la ilusión de los niños, dónde la deja usted?
-¡Qué ilusión! ¿Se refiere a esa primera capa de barniz de “irrealidad” que, muy probablemente, les acompañe el resto de su vida? ¡Condicionándola!
-¿Condicionándola? ¿Un simple cuento?...
-No tan simple e inocente. Aunque sí irresponsable... ¿No le cantaron de niño aquello de:

“Duérmete mi niño que viene el coco
y se lleva a los niños que duermen poco”.

¿No le hablaron de las brujas, el hombre del saco, el diablo, el lobo feroz, y tantos personajes “ficticios” con los que pretendían “educarle”, sujetarle al fin y al cabo, y que no se alejase de casa (lo establecido) o llegase fuera de la hora (instituida)? Aquellos inocentes polvos de antaño (ignorancia) son hoy el lodo de la “realidad” que muchos viven. No distinguiendo lo fundamental de lo superfluo. Lo real, y alcanzable, de la ilusión y el sueño. Cuando no la lamentación, la resignación o el miedo.

Al observar de nuevo la calle veo que una fina lluvia cae imperceptiblemente, obligando aun así a cinco jóvenes que salen del bar a abrir sus paraguas.

No, gorriones no veo ninguno...

viernes, 19 de diciembre de 2014

¡Un gran abrazo!


Felices Fiestas, amigas y amigos.
Disfrutad de estos días.
Recibid todos mi gran abrazo...

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Y uno muy especial para con quienes he compartido amistad y relación, “ayer”.
Y hoy, por una u otra causa, ya no estáis.
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martes, 9 de diciembre de 2014

Eso que ya eres.

LA VERDADERA ESPIRITUALIDAD


Le preguntaron al Maestro: «¿Qué es la espiritualidad?».
«La espiritualidad», respondió, «es lo que consigue proporcionar al hombre su transformación interior».
«Pero si yo aplico los métodos tradicionales que nos han transmitido los Maestros, ¿no es eso espiritualidad?».
«No será espiritualidad si no cumple para ti esa función. Una manta ya no es una manta si no te da calor».
«¿De modo que la espiritualidad cambia?».
«Las personas cambian, y también sus necesidades. De modo que lo que en otro tiempo fue espiritualidad ya no lo es. Lo que muchas veces pasa por espiritualidad no es más que la constancia escrita de métodos pasados».
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Los métodos pasados es eso que mantiene a tantos inmóviles a día de hoy... Esperando que alguien les indique por donde se va al Océano.
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EL PEQUEÑO PEZ

«Usted perdone», le dijo un pez a otro, «es usted más viejo y con más experiencia que yo y probablemente podrá usted ayudarme. Dígame: ¿dónde puedo encontrar eso que llaman Océano? He estado buscándolo por todas partes, sin resultado».
«El Océano», respondió el viejo pez, «es donde estás ahora mismo».
«¿Esto? Pero si esto no es más que agua... Lo que yo busco es el Océano», replicó el joven pez, totalmente decepcionado, mientras se marchaba nadando a buscar en otra parte.

Se acercó al Maestro, vestido con ropas sannyasi y hablando el lenguaje de los sannyasi: «He estado buscando a Dios durante años. Dejé mi casa y he estado buscándolo en todas las partes donde Él mismo ha dicho que está: en lo alto de los montes, en el centro del desierto, en el silencio de los monasterios y en las chozas de los pobres».
«¿Y lo has encontrado?», le preguntó el Maestro.
«Sería un engreído y un mentiroso si dijera que sí. No; no lo he encontrado. ¿Y tú?».
¿Qué podía responderle el Maestro? El sol poniente inundaba la habitación con sus rayos de luz dorada. Centenares de gorriones gorjeaban felices en el exterior, sobre las ramas de una higuera cercana. A lo lejos podía oírse el peculiar ruido de la carretera. Un mosquito zumbaba cerca de su oreja, avisando que estaba a punto de atacar... Y sin embargo, aquel buen hombre podía sentarse allí y decir que no había encontrado a Dios, que aún estaba buscándolo.
Al cabo de un rato, decepcionado, salió de la habitación del Maestro y se fue a buscar a otra parte.
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Deja de buscar, pequeño pez. No hay nada que buscar. Sólo tienes que estar tranquilo, abrir tus ojos y mirar. No puedes dejar de verlo.
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Anthony de Mello