sábado, 11 de marzo de 2017

¡Carmena!

Si bien el tiempo parece retroceder en la memoria, no hay un solo atisbo de nostalgia en el relato. Son, sencillamente, palabras engarzadas.
Cansado de andar, entró en el bar de la plaza que bajo los soportales de madera daban un respiro al sol del mediodía. Saldaña, 1981.

El frescor que le acarició la cara al cruzar la puerta más un cierto aroma que percibió a cosas antiguas, entrañables, le trasladó a un pasado que, 60 años después, todavía le embargaba: la bodega «La Rosa», Noia, su abuelo tomando un pequeño porrón de vino tinto sentado en un banco de madera en la penumbra del lugar…

Dejó la mochila en un rincón y se dirigió al mostrador. Una mujer que no tendría 45 años le esperaba mirándole a la cara… Recogiéndo la jarra de cerveza fría y espumosa se sentó en una mesa de mármol cerca de la ventana. Había poca gente en el establecimiento. Tal vez era la hora de comer.

El sonido de la puerta al abrirse le hizo volver la cabeza. Un hombre joven y risueño cruzó el dintel saludando con la mano a la mujer y perdiéndose por una puerta de batientes del fondo. Le pareció que podría ser la cocina al percibir algunos sonidos de platos y cazuelas… Y una vez más el recuerdo retrocedió en el tiempo hasta la pequeña cocina de su abuela donde ésta preparaba, no con la frecuencia que a él le hubiese gustado entonces, las deliciosas filloas gallegas. Nunca más las comió iguales.

Notó que alguien se acercaba por su espalda y se volvió. Una joven de pelo corto y algo rizado y que vestía vaqueros y blusa blanca le preguntó sonriéndole:

¿Te apetece comer?
Sorprendido por la pregunta, pues no veía a nadie más comiendo ni pensaba que diesen de comer, respondió que no le importaría…
Ven, le dijo la joven dirigiéndose a la puerta de batientes.

Recogió la mochila y la siguió no sin cierta extrañeza… Al cruzar la puerta, un aroma de buena comida aderezada con especias salió a su encuentro. Una larga mesa cubierta con un mantel de hule de pequeñas flores amarillas, al fondo de la estancia, albergaba a varias personas. Reconoció al joven que vio entrar, quien le sonreía invitándole a acercarse, una mujer mayor sentada en la cabecera le hizo señas también, completaban el grupo un hombre de mediana edad y dos niños. Le hicieron sitio en uno de los bancos corridos y se sentó cerca de la mujer que parecía ser la abuela.

Un plato de pasta y unos filetes de carne templaron su cuerpo. Un postre recién hecho parecido a las natillas cerró el menú.

El joven risueño resultó ser el cura del pueblo, quien tenía sitio reservado en aquella mesa. La mujer mayor era la abuela de la joven y de los dos pequeños, y madre de la mujer del mostrador. Ella y su marido, fallecido hacía años, habían abierto aquel establecimiento al poco de casarse. La razón de que estuviese compartiendo mesa con aquellas gentes era porque la abuela le había visto al entrar… Y no era la primera vez que invitaba a comer a los caminantes de mochila.

Una larga sobremesa le permitió conocer a aquellas personas y darse él también. A media tarde abandonaban él y el cura el establecimiento dirigiéndose a la casa parroquial. Allí pasaría la noche. Al día siguiente ambos fueron a desayunar donde ya les habían cogido la palabra el día anterior.

¿No vais a venir a cenar esta noche? ─les preguntaron antes de salir─.
Cenaremos fuera, ─respondió el cura─, quiero enseñarle el pueblo y que conozca algunas personas…

Desayunaron en la cocina. Las humeantes rebanadas de pan blanco y redondo se acababan de tostar sobre la plancha cuando entraron. Dos grandes tazas decoradas con unos finos juncos verdes acogieron el café con leche. Una bandeja de bollos caseros y recién hechos esperaban en la mesa. Unas flores rojas junto a otras amarillas completaba el cuadro… Bueno, la sonrisa de la joven que ayer lo invitara a comer, esta mañana lucía especial.

¡Caramba María!… ¿Qué celebramos hoy? ─preguntó el cura sin darse cuenta de la sonrojez que estas palabras produjeron en ella…

Año y medio después, Carmena, que así se llamaba la abuela, celebraba la llegada de su primera bisnieta. Carmena le pusieron!

(En Julio cumplirá sus 34 años)

23 comentarios:

Elda dijo...

Me encanta el relato, aunque he estado tratando de sacar entre líneas algo que me diera una pista, ya que todo lo que escribes tiene algún pensamiento de esos profundos tuyos, pero no he encontrada nada de eso, si acaso, esa invitación sin más, demostrando las buenas personas que hay por el mundo…
El final no lo entendí muy bien, aunque podía sacar alguna conclusión pero seguro que ninguna acertada. Ahora, lo has detallado tan bien!, que hasta he olido y visualizado las tazas de café y todo lo demás.
Me encanta la acuarela que has puesto.
Un abrazo Ernesto.

Marijose dijo...

felicidades a Carmena , aunque aún no sea su cumpleaños.
Y hablas de Saldaña, si es que de Palencia siempre vienen noticias buenas :)
un abrazo Ernesto, y el relato precioso

AMALIA dijo...

Un buen relato.

Un abrazo. Feliz fin de semana.

lunaroja dijo...

Como siempre,abres tu ventana a los relatos de esas pequeñas cosas que conforman nuestra vida, pero,desde tu óptica, cobran una dimensión diferente, se hacen más grandes.

maria cristina dijo...

Pequeñas historias de vida, gracias por compartirlas, Ernesto, no hay mejor lectura que el diario vivir, un abrazo!

Maru dijo...

Sin nostalgia pero en el recuerdo, como las vivencias que de una manera u otra van marcando nuestro existir. Un entretenido relato de alguien que sabe y le gusta escribir. Un abrazo Ernesto.

CRISTINA dijo...

En nuestra vida, pasamos por muchas situaciones, y nos enfrentamos a muchos escenarios. Interesante relato.
Ernesto, un abrazo.

María dijo...

Vaaaaya, qué historia tan preciosa! por un segundo pensé que estabas en Madrid y la entrada iba a ir de la alcaldesa Carmena jaja muchísimo mejor esta abuelita y su nieta… delicioso que en el mundo siga habiendo gente que comparte su mesa y su pan con los que se encuentran casualmente, mi abuela era igual…verás, yo me llamo María por ella, ella murió en Marzo, yo nací en abril, siempre me han contado que a su mesa se sentaba todo el mundo, nadie necesitaba invitación .. solo hacía falta tener hambre y ella feliz de servir su deliciosa comida a todo el mundo, además a la hora que fuera ... creo que mis primos abusaban muchísimo de ella jaja podía dar la comida a alguien a la hora de merendar y de desayunar a la hora de comer a otro jaja todo el mundo la adoraba, seguro que como a tu deliciosa Carmena. Gracias, me ha encantado esta historia tuya.

Otro beso grandote !

Mari-Pi-R dijo...

Estas historias llenan un buen rato de lectura, por ser amenas en si.
Que tengas un feliz domingo.

mariarosa dijo...


un bello relato Ernesto, que lindo es ver que hay gente generosa que recibe al caminante y le brinda su mano y su mesa.

mariarosa

Ángela dijo...


Así, como quien no quiere la cosa y de la forma más natural, con " palabras engarzadas" se va engarzando la vida...

Conozco bien esos soportales. Qué bonita acuarela!.
Un abrazo Ernesto.

María Socorro Luis dijo...


Este relato tiene un toque especial de entrañable naturalidad. No estará basado en un hecho real?.

Abrazo, Ernesto

http://azulgenia.blogspot.mx/ dijo...

Bonito relato en el que se han engarzado las palabras y las vidas he podido imaginar los aromas y las delicosas viandas en la mesa.
Excelente como todo lo que nos compartes.

Abrazos.

Joaquín Galán dijo...

Un relato bien trenzado del que sospecho por la forma de contar ese final final que tiene mucho que ver con el autor.
Yo también me fui a Madrid antes de empezar a leer..:)Pero resulta muy saludable sustituir la complicada política por la sencillez de la vida cotidiana.

Un abrazo

MoniRevuelta dijo...

Curioso relato Ernesto, muy bellamente escrito; quizás la dulce visita del viajero cambió sus destinos...
Y muy hermosa melodía:)
Un beso

virgi dijo...

¡Oh, qué bonito, Ernesto! Estaría bien que fuera real.
Un abrazo gordo

Marina-Emer dijo...

Aquí celebrando tus bonitos relatos ...siempre con alma.
gracias por tu visita ,es un placer para mi ser tu amiga
Abrazos

Tesa Medina dijo...

Un relato hermoso que tiene tanta naturalidad que parece real como la vida misma.

Y nos emocionamos cuando la vida fluye de esta manera. Para que nos vamos a engañar. Nos gustan los finales felices. Y éste lo es.

Un beso, Ernesto.

Ah, y en cuanto a tu comentario sobre la educación de los niños, no me siento aludida en lo que dices, tanto a mis hijos como a mi nieta los he "educado" para que se sientan libres, sean empáticos e intenten ser felices siempre.


Yayone Guereta. dijo...

Siempre pienso qué a pesar de todo hay personas buenas en el mundo y quiero seguir pensando así, éste hermoso relato trae eso, es de agradecer el pensamiento positivo qué siempre muestras, bellamente engarzado. :)

Muxus, mi querido amigo, Ernesto.

Conxita C. dijo...

Bonita historia y afortunados somos porque hay tantas personas generosas que comparten sus mesas con desconocidos.
Saludos

Marina-Emer dijo...

Vengo a saludarte y este relato es muy bonito ya creo que te lo dije...tienes preciosa música ...abrazos

chusa dijo...

hola Ernesto, has visto? de nuevo en tu casa ya que me perdí unas cuantas cosas que miré de refilón, me vas a echar por okupa...
no sé, pero me parece que esa María gallega del bar ya apareció de protagonista en otro de tus bellos relatos, no-nostálgicos, sí entrañables, que huelen a campo de aldea...
a propósito, mi abuela hacía unas filloas llenas de puntillas magníficas y también mi madre, en sartén de hierro untada con tocino 😊,
en tus historias suele haber mujeres encantadoras, un final amoroso y un cura, será que en Galicia en otros tiempos había muchos; meigas también y aún ahora...
abrazo!
hasta la próxima, buen domingo!🐦

Mari Carmen dijo...

Hola Ernesto, un estupendo relato que nos pone de cara las diversas situaciones a las que nos enfrentamos. Me quedo aquí, me encanta tu blog.
Desde Sevilla, saludos cordiales.