domingo, 4 de marzo de 2018

El laurel...




Camino de Galicia decidió bajarse del autobús en aquella ciudad leonesa donde años atrás le despidió con un cálido beso en la boca… Según ponía el pie en tierra, bendita tierra aquella donde la conoció, creyó volver a sentir aquellos labios en los suyos… ¿Cómo era posible?

Muchos años habían trascurrido desde aquella tarde, tórrida y roja, en que, en un autobús más antiguo, dejó atrás a su amor al son de las campanadas de las seis…

Tras coger habitación en el hotel salió a pasear por las calles de un ayer que volvía a revivir… sin pretender.

Dirigió sus pasos al viejo parque de fuente cantarina que arrullaba sus corazones cuando, ella con su hija pequeña y él con las suyas, coincidían en sus veredas. Excusa permitida que les unía por unos momentos mientras las pequeñas cantaban…

Al pasar la barca me dijo el barquero
las niñas bonitas no pagan dinero…

Sentado en el banco de piedra, que le reconoció, y a la sombra del laurel que ambos plantaron un día sellando sus sentimientos, observó como una joven con una niña en brazos se sentaba frente a él. La pequeña, ya en el suelo, se entretenía haciendo pequeños montoncitos de tierra, mientras su madre, guapa, de pelo castaño y corto, le miraba de vez en cuando. Una de las veces en que coincidieron sus miradas, le sonrió…

Levantándose del banco inició la marcha… Y entonces la oyó cantar:

Hola viejo amigo, cómo estás,
ya veo que te es difícil recordar,
en cambio yo nunca he podido olvidarte,
viejo amigo de mi madre.
Soy aquella niña a la que de pequeña tantos cuentos contaste,
soy aquella niña a la que de pequeña en tus rodillas sentabas.
Hoy ya he crecido, esta es mi hija y de ti le he hablado…
viejo amigo de mi madre.
Te veo cansado, las sienes de plata, el cuerpo encorvado…
viejo amigo de mi madre…
Ven, cógenos la mano, vamos a su encuentro…
ella está esperando...