domingo, 30 de agosto de 2015

Silencio.


Así como después del verano, bullicioso, llega el otoño, tranquilo y silencioso, donde las cosechas son recogidas y almacenadas. Cesa el trabajo. Las hojas de los árboles, que tuvieron su esplendor y su razón de ser, se desprenden, secas, para que el proceso continúe, así también este espacio hace hueco al silencio.

¡Silencio! Que no aislamiento. Y menos despedida de nada o nadie. Sencillamente silencio.

No obstante, no me resisto a unas últimas palabras en relación a la entrada anterior. La plegaria.

Podría decirse que el rasgo más señalado, en la mayoría de los comentarios, ha sido ese halo poético, bonito e intangible que las palabras “yo no morí” deja. Y si bien se ha hecho eco también del resto, en su belleza lingüística, creo que pocos hemos/han percibido la verdadera esencia de la plegaria.

El resto de las palabras llevan el sentido de que “quien no está ahí” es realmente todo eso...

Vientos soplando.
Diamante.
Luz sobre el grano. Lluvia, mañana.
Bandada de pájaros. Estrellas.
*
Por eso, no te acerques a mi tumba sollozando.
No estoy allí. Yo no morí.

Y puesto que ahí no hay nadie, hoy. ¡Tampoco nosotros estaremos mañana! Cabría deducir que todos somos ya eso que señala. Es decir, Todo. Lo que nunca muere. Nuestra esencia única. ¡Más todavía! No es nuestra... ¡ELLA es nosotros!

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Gracias a todos los que habéis transitado este tramo del camino conmigo. Un fuerte abrazo.
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domingo, 23 de agosto de 2015

Plegaria...


Plegaria indígena


No te acerques a mi tumba sollozando.
No estoy allí. No duermo ahí.
Soy como mil vientos soplando.
Soy como un diamante en la nieve brillando.
Soy la luz del sol sobre el grano dorado.
Soy la lluvia gentil del otoño esperado
cuando despiertas en la tranquila mañana.
Soy la bandada de pájaros que trina.
Soy también las estrellas que titilan,
mientras cae la noche en tu ventana.
Por eso, no te acerques a mi tumba sollozando.
No estoy allí. Yo no morí.

Dicen que esta plegaria es indígena, pero en realidad la autora es Mary Elizabeth Frye, una ama de casa de Baltimore, escrita en 1932.

domingo, 16 de agosto de 2015

Piedras viejas


“Acababa de cumplir 4 años. Mis padres y yo vivíamos en un pueblecito de Galilea a una distancia de dos días de marcha al norte de Jappa. Jappa era la ciudad, toda una aventura. De pie sobre el murete del jardín que rodeaba nuestra modesta vivienda, contemplaba a menudo la larga fila de caravanas de camellos que se dirigían a ella con paso indolente. Era una de mis distracciones favoritas...

Nuestro pueblo estaba rodeado por lo que en aquel entonces me parecía una autentica fortificación, y que sólo era un murete de piedras grises. Apenas sobrepasaba un metro de altura.

Mi padre me repetía siempre, como para estar seguro que sus palabras se grabasen en mí, que se trataba del “cerco sagrado” y que todo lo que permanecía y crecía bajo su sombra quedaba protegido y bendito”. (*)

Año cero. O incluso anterior. Quien así se expresa es Simón. Palestino, Esenio, como Jesús. Habitante del pequeño pueblo que albergó durante un tiempo al propio Jesús, sus padres y hermanos mayores. Compartió con éste espacio y estudios en el Krmel. Si bien a Jesús la instrucción se le daba a parte. Posteriormente y junto a su compañera Miriam se convirtieron en discípulos de éste. Ayudando a cumplir lo que tenía que ser hecho...

¡Me gustan las piedras viejas!

Sentado en las ancestrales piedras del valle donde habito, pintadas de líquenes viejos y enredaderas de un pequeño murete que separa las vacas que pastan en el prado del camino de tierra, observo a los caminantes que vuelven o van..., y trato de adivinar, cuando no leer, a quien así lo quiere, qué esconden sus almas...”

Una amiga mía dice que me gusta lo viejo porque yo mismo lo soy... No sé donde mirará mi amiga, pues aquí no hay nadie viejo. Cierto que me gustan las piedras viejas, lo antiguo, lo de antes. Lo que estaba vivo entonces y sigue estándolo... A diferencia, quizás, de lo “nuevo o actual”. Que tiene su propio ritmo y realidad, lo sé. Acorde con quienes lo viven hoy. ¡Cierto! Pero...

Vieja” era la isla de Ibiza donde nací... 1948. Y sigue siéndolo pues así la veo y vivo cuando la visito. De lo nuevo, estridencias incluidas, nada sé. La “vieja” casa, entonces, de mi abuela sigue estando. ¿Más vieja? ¡No! Igual que antes. ¿No son las mismas las orillas y el mar que la rodean? ¡Pues lo mismo! ¿No son mis ojos y hasta yo mismo el mismo que corría y jugaba entre sus viejas y entrañables calles? ¡Claro! ¿Qué ha cambiado? ¡Yo no! ¡Y si yo no cambio, nada cambia!

Santa Marta del Tormes. 1952. La pequeña y antigua iglesia de aquellos tiempos sigue dando cobijo a quienes lo necesitan. La casa que habité sigue en pie. Las eras que antaño servían para trillar el grano son hoy espacios habitados por miles de vecinos. ¿Y qué? El río Tormes es el mismo, su cauce, su caudal, su vida. Como vivo sigue, o algún retoño suyo, el ciruelo al que me encaramaba a comer sus frutos.

La ancestral Noia. 1956. “Vieja” y querida villa de donde guardo vivencias inolvidables. Cada vez que la visito se viste igual que entonces. Las baldosas de la alameda desaparecen y es la tierra del ayer la que pisan mis pies. Y si me siento en un banco de piedra, estos sí se conservan, las figurillas de un jinete con lanza y casco sujetan mi espalda. Si bien hoy esos dibujos ya no están.

Palma de Mallorca. 1957. Nuestra casita en el campo. Sus frutales y su jardín. Sus paredes blancas. Los almendros, su resina, sus higueras, caquis. Sus entrañables aromas en todo de todo. También el hombre del carro... ¡Pobre! Qué susto se llevó cuando yo mismo me asusté.

Y miles de ciudades más, pueblos antiguos, casas viejas, caminos de tierra, monasterios y conventos, donde el tiempo, si es que ha existido alguna vez, se ha detenido!

(*)Del libro "Memoria de Esenio. La otra cara de Jesús". Anne y Daniel Maurois-Givaudan.

martes, 4 de agosto de 2015

Proporción.


A un visitante que había acudido esperando encontrarse con algo fuera de lo normal le defraudaron las triviales palabras que el Maestro le había dirigido.

-Había venido aquí buscando a un Maestro-, le dijo a un discípulo, -y todo lo que he encontrado ha sido un ser humano que no se diferencia de los demás-.

Y el discípulo le replicó: -El Maestro es un zapatero con unas infinitas provisiones de cuero. Pero lo corta y lo cose de acuerdo con las dimensiones de tu pie-.

¿Quién puede hacer que amanezca? Anthony de Mello.