Hace
ya muchos años presencié en la tv un corto reportaje que le hacían
a un hombre que poseía una bodega de cierto renombre, en la que todo
el proceso del vino se hacía artesanalmente. Todo, desde la viña a
la botella. Decía que así le había enseñado su padre y a éste su
abuelo. La bodega se hallaba entonces en una de las islas Canarias.
Isla de la que este hombre no había salido nunca.
La
periodista inquiría sobre el hecho de que no se contase con los
adelantos del momento para la elaboración. Y estamos hablando de
1984...
Era
un hombre ya mayor, serio, pero afable en el trato con la periodista.
Rezumaba esa dignidad de las personas sencillas, nobles, enraizadas
en la tierra antigua. La esencia del hacer en su bodega y él eran la
misma cosa. Naturalidad, ausencia de artificio, calidad interior,
saber... Conocía el mundo, sin duda. Pero el mundo no le conocía a
él...
Podía
haber cambiado de canal en cualquier momento, el reportaje en sí
nada me decía, pero tuve la suerte de permanecer el tiempo
suficiente para su finalización. Cuando la periodista cerraba su
bloc de notas y le agradecía la amabilidad prestada, el hombre le
comentó con toda la inocencia que poseía: “...lo que no acabo de
comprender es como se puede meter a tanta gente en un espacio tan
pequeño...”, señalando el aparato de tv encendido que había en
la sala y en el que podía verse un grupo de gente bailando ...
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Recuerdo
una mañana de los primeros días de Abril de hace tres años, me
encontraba en Soria y decidí visitar la fuente del río Duero, tomé
el autobús que había de llevarme hasta Cidones. Tomamos la ancha
carretera de Burgos dejando a nuestra izquierda el camino de Osma,
bordeado de chopos que la primavera comenzaba a verdear. Soria
quedaba a nuestra espalda entre grises colinas y cerros pelados.
Machado
componía, sentado en el viejo parque, este poema:
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Antonio Machado 1875-1939 |
Yo
escucho los cantos
de
viejas cadencias
que
los niños cantan
cuando
en corro juegan,
y
vierten en coro
sus
almas que sueñan,
cual
vierten sus aguas
las
fuentes de piedra:
con
monotonías
de
risas eternas...
(…)
Jugando,
a la sombra
de
una plaza vieja,
los
niños cantaban...
la
fuente de piedra
vertía
su eterno
cristal
de leyenda.
Me
acomodé en la delantera entre dos viajeros: un indiano que tornaba
de Méjico a su aldea natal, escondida en tierra de pinares, y un
viejo campesino que venía de Barcelona. El indiano me hablaba de
Veracruz, mas yo permanecía atento al campesino que, mientras leía
el periódico que sacó de su bolsillo, no hacía más que mover la
cabeza...
-¿Va
usted muy lejos? -pregunté a éste cuando el primero se distrajo
mirando por la ventana.
-A
Covaleda, señor -me respondió-. ¿Y usted?
-El
mismo camino llevo, porque pienso subir a Urbión y tomaré el valle
del Duero.
Inicié
una conversación con éste:
-Le
he visto preocupado por algo que leía en el periódico...
-Y
no es para menos -contestó-. ¿Se habrá enterado de la desgracia de
ese incendio?
-Pues
la verdad es que no sé de que me habla...
-Si
hombre el de ayer en Zaragoza, en el que perdieron la vida
aquellos... ¡No comprendo como Dios puede permitir estas cosas!
¿De
dónde surgen estos no comprendo?
¡Evidentemente del no sé!
El
primer caso es producto de una inocente ingenuidad sin mayores
consecuencias para la persona. El segundo, conlleva cierto grado de
disgusto, cuando no rechazo, sobre algo que se
desconoce. Y es este desconocimiento, el que genera mucha de la
limitación que hoy embarga al ser humano...
Dios,
ESO, Ello, el Padre o como quieras llamarlo o verlo, no es la causa
de esas situaciones que vemos ante nosotros sin comprender el por
qué. Es más bien la fuente, cierta y real, de todo lo que
pudiésemos estar necesitando... o desear cambiar. A día de hoy sobre todo obtener
trabajo, medios económicos, conservar nuestra casa o habitar otra,
recobrar la salud, disponer de una vida cómoda y natural. Adquirir
conocimiento y sabiduría. Dejar atrás el no saber y la
limitación... Y más mucho más... “¡Que se os dará por
añadidura!”.