Fernando Pena. Acuarela. |
A una amiga mía sus hijas le han regalado hace unos meses un perro. Si no de pedigrí , sí de cierta “estampa”. Ahora están ambos de vacaciones en casa de campo. De las de antes, de herencia familiar, de planta baja, primer piso, desván. De prados que la bordean, árboles frutales, vallas entre vecinos, lago y río al alcance de la mano, etc. Enclavada en una pequeña aldea. Y ésta a su vez en un archipiélago de aldeas de mayor o menor concurrencia.
El perro. West. Inteligente, cultivado, de cierto porte ya al margen de su juventud.
Cuando mi amiga se sienta a escribir en el ordenador, West se sube a la silla más cercana. Y no digo que no le quite ojo a la pantalla, claro que no, pero ahí permanece quieto, como a la expectativa de algo…
La inteligencia, y sobre todo el “arte” que ha adquirido en interpretar el lenguaje de los humanos, se pone de manifiesto cuando le dicen: “vamos a bañarte”…
Hay que verle correr escaleras arriba…, y sacarle de debajo de la cama!
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Este relato, veraz en todos sus términos, he conseguido hilvanarlo entre interminables carcajadas... Contagiando a su vez a quienes tenía a mi alrededor.