Camino de Galicia decidió
bajarse del autobús en aquella ciudad leonesa donde años atrás le
despidió con un cálido beso en la boca… Según ponía el pie en
tierra, bendita tierra aquella donde la conoció, creyó volver a
sentir aquellos labios en los suyos… ¿Cómo era posible?
Muchos años habían
trascurrido desde aquella tarde, tórrida y roja, en que, en un
autobús más antiguo, dejó atrás a su amor al son de las
campanadas de las seis…
Tras coger habitación en el
hotel salió a pasear por las calles de un ayer que volvía a
revivir… sin pretender.
Dirigió sus pasos al viejo
parque de fuente cantarina que arrullaba sus corazones cuando, ella
con su hija pequeña y él con las suyas, coincidían en sus veredas.
Excusa permitida que les unía por unos momentos mientras las
pequeñas cantaban…
Al pasar la barca me dijo el
barquero
las niñas bonitas no pagan
dinero…
Sentado en el banco de piedra,
que le reconoció, y a la sombra del laurel que ambos
plantaron un día sellando sus sentimientos, observó como una joven
con una niña en brazos se sentaba frente a él. La pequeña, ya en
el suelo, se entretenía haciendo pequeños montoncitos de tierra,
mientras su madre, guapa, de pelo castaño y corto, le miraba de vez
en cuando. Una de las veces en que coincidieron sus miradas, le
sonrió…
Levantándose del banco inició
la marcha… Y entonces la oyó cantar:
Hola viejo amigo, cómo estás,
ya veo que te es difícil
recordar,
en cambio yo nunca he podido
olvidarte,
viejo amigo de mi madre.
Soy aquella niña a la que de
pequeña tantos cuentos contaste,
soy aquella niña a la que de
pequeña en tus rodillas sentabas.
Hoy ya he crecido, esta es mi
hija y de ti le he hablado…
viejo amigo de mi madre.
Te veo cansado, las sienes de
plata, el cuerpo encorvado…
viejo amigo de mi madre…
Ven, cógenos la mano, vamos a
su encuentro…
ella está esperando...