Un
poco hastiado
de tanto cacareo sobre cierto tema «educacional» que cierta
política está ondeando como estandarte de la defensa de los valores
patrios y de potestad
de los padres sobre los derechos
de sus hijos a una educación, no solo plural
y natural,
sino acorde con los tiempos actuales y, sobre todo, respecto al
propio niño y sus circunstancias, que las tienen, me ha hecho
evadirme a tiempos pasados más tranquilos...
De
cuando yo mismo era niño.
Y han surgido en mis recuerdos, la
noria, el pozo, la huerta… ¿Cabe
mayor naturalidad?
Tres elementos, entre otros cientos, que antaño eran no ya
fundamentales sino imprescindibles.
En
mis años infantiles conviví con ellos de manera natural. ¡Estaban
ahí! El pozo en mi casa, y las norias y las huertas repartidas por
todas las fincas de alrededor…
Y
sin embargo hoy, sobre todo la noria, pieza de museo, o protagonista
central de algún poema de Machado. Las huertas, todavía abundan
sobre todo en las zonas rurales, y los pozos, así así.
Quédome,
pues, en aquellos tiempos… 1954, más menos. Y en las entrañables
«tardes» de A. Machado.
La
noria.
La
tarde caía
triste
y polvorienta.
El agua cantaba
su copla plebeya
en los cangilones
de la noria lenta.
Soñaba la mula
¡pobre mula vieja!,
al compás de sombra
que en el agua suena.
La tarde caía
triste y polvorienta.
Yo no sé qué noble,
divino poeta,
unió a la amargura
de la eterna rueda
la dulce armonía
del agua que sueña,
y vendó tus ojos,
¡pobre mula vieja!...
Mas sé que fue un noble,
divino poeta,
corazón maduro
de sombra y de ciencia.
El agua cantaba
su copla plebeya
en los cangilones
de la noria lenta.
Soñaba la mula
¡pobre mula vieja!,
al compás de sombra
que en el agua suena.
La tarde caía
triste y polvorienta.
Yo no sé qué noble,
divino poeta,
unió a la amargura
de la eterna rueda
la dulce armonía
del agua que sueña,
y vendó tus ojos,
¡pobre mula vieja!...
Mas sé que fue un noble,
divino poeta,
corazón maduro
de sombra y de ciencia.