domingo, 28 de mayo de 2017

...no, no era prostituta!

Alessandro Botticelli (ca 1445-1510), Lamentación sobre el Cristo muerto, ca 1490.
(No es su madre... es Miriam de Magdala)
Hablando por teléfono con su hermana bajo el inmenso pórtico de la iglesia de Andra Mari (Santa María), estaba lloviendo con fuerza, y mientras paseaba de un lado a otro la vio…

Estaba a cierta distancia y nada se veía, pero por la postura dedujo que estaba amamantando al pequeño que sostenía en sus brazos. Una escena natural y no poco habitual entre las jóvenes madres de estos tiempos… Antaño también se hacía.

Un vestido largo de punto azul hasta los tobillos con una abertura a cada lado a la altura de sus rodillas, le daba una imagen de cierta sensualidad al quedar al descubierto parte de sus piernas… Postura natural, cómo no, al mantener éstas cruzadas, lo que le facilitaba el amamantamiento.

Ella le miró brevemente mientras seguía charlando con otras personas.

Cada vez que recorría el pórtico y mientras seguía con su conversación telefónica la estuvo mirando… Delgada, de mediana estatura, morena, de pelo ondulado que le caía sobre los hombros. Destacaba cierta determinación en sus gestos, su cara. Naturales por otra parte en un fluir natural de la vida…

El río del valle seguía su curso, Tal vez algo más bullicioso debido al aumento del caudal por las lluvias. Cuando algo irrumpe de nuevo en un fluir, éste se modifica, se altera, sigue…, pero la intensidad ya es otra.

Y no pudo negarse a sí mismo que algo se había alterado esa tarde lluviosa de primavera…

¿La conocía? No, no la había vista nunca. Pero supo que la huella dejada perduraría siempre…

¿No era acaso un romántico empedernido? ¿No tenía grabada en su memoria la mirada de aquella joven mujer, embarazada, que le miraba con curiosidad a través de la pequeña ventana que comunicaba la cocina del restaurante con el mostrador aquel día que esperaban mesa para comer? Sucedió en las vacaciones de Semana Santa, en Ribadesella, 2005... “El Labrador”. Una comida excelente, casera.

No había nada raro, sucio o negativo en aquella actitud de ambos. Un simple mirar, compartir el momento, la vida, su embarazo, con alguien que, después de todo, seguro que ya habrían cruzado sus vidas en el hollar de los caminos de este mundo… allá en los tiempos de la Cruz.

¿Miriam de Magdala, Marta de Betania, Lázaro, Isabel, Herodes? ¡Quién sabe quienes fueron, quién sabe quienes son! ¿Importa?


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El título del texto se refiere a la condición que la Biblia "da" a quien fue la discípula Bienamada
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jueves, 18 de mayo de 2017

Venid venid...


En mi viaje en autobús este fin de semana a Pola de Laviana, Asturias, compartí asiento con una mujer que, más allá de la simpatía y afabilidad desplegada, compartió su afición a la lectura y a escribir, entre otros temas de conversación. Corto se hizo el tiempo y largos los temas. Fue un placer su compañía. Nuria. Ignoro su edad real pero puedo afirmar que, rondando tal vez la mía, esa llamada tercera edad, su aspecto era juvenil y diáfano. Terminó su viaje antes que yo. En Pola de Tena la esperaban su hija y sus dos nietas. Pasaría dos semanas con ellas.

¿3ª edad, qué quiere decir con ello?
Bueno, muy claro no lo tengo. No acabo de identificarme con esas clasificaciones… Sé que no estoy en la 1ª y tampoco en la 2ª, más allá de eso nada sé!

Cuando ya el autobús había recorrido unos cuantos kilómetros vi que unas cuartillas escritas asomaban en el suelo debajo de su asiento. Al cogerlas y al primer vistazo observé que parecía el relato de algo… Leerlas fue la constatación de que realmente le gustaba escribir y sabía como hacerlo.

¡He aquí su creatividad!

Ayer fue un día muy especial para mí. El reencuentro con parte de mi familia fue una vivencia entrañable… Había quedado con ellos en la plaza, junto al palco de la música. A la sombra del centenario plátano donde tanto jugué en aquellos años de mi niñez… Toqué su corteza, lisa al tacto, algo rugosa en algunas partes que ya se desprendían. Sentí que los años no habían pasado… ¿Acaso no sabía ya que el tiempo, tal como lo entendemos, vivimos, no es más que una ilusión, colectiva, eso sí, que nos tiene a todos hipnotizados?… Con las palmas de las manos toque la tierra vieja, aquella que me llenaba de polvo, en verano, mis pies con sandalias. Sentí su calidez, su presencia, su estar viva… Y hasta un cierto estremecimiento creí percibir al notar ella, y, tal vez, recordar el tacto de mis manos...

Unas risas de niños a mi espalda me hicieron volver la cabeza y… allí estaba de nuevo. Junto a Samuel, vivía con su hermana y su madre al lado de mis abuelos. Recuerdo aquel vestido blanco con pequeñas margaritas azules y amarillas, mis trenzas, mis ojos negros, poco habían cambiado con el paso del tiempo, si acaso más serenos. El reloj de la iglesia de los Franciscanos marcó las doce del mediodía… Un aroma de pan recién hecho me llegó desde el obrador adosado a sus paredes, el mismo donde también yo lo compraba de pequeña, comiéndome en el trayecto esa especie de moño que culminaba su redondez. Esa miga blanca, espesa, con sabor a pan, a sol, a trilla, a aquella eras donde dormían los labradores al raso de las noches estrelladas guardando sus cosechas hasta que eran recogidas. ¡Aquellas tierras castellanas! Las vivo en el recuerdo de mi infancia.

¡Tanto tiempo sin saber de vosotros! Mamá, tía Lolita, mi querido abuelo…, mi abuela Catalina, nacida en las islas que no conocían los zapatos y los burros. Mi abuela doña Pepita, de Muros. Mi bisabuelo Juan Calvo Chicote, natural de un pequeño pueblo, hoy casi abandonado, de la comarca de Castilla la Vieja. Emigrante a las tierras del norte donde, junto a mi otro bisabuelo, hoy éste no está aquí, conocieron a quienes parieron la estirpe de quien hoy se reencuentra con ellos.

¡Hola, hola a todos. Bienvenidos! A mis brazos familia, a mis brazos querida familia mía… ¡Venid venid…, cojámonos de las manos y recorramos esta alameda querida que tanto tiempo atrás todos vivimos. ¡Venid!

¿No oís los sones de la orquesta que en el 48 amenizaban las tardes de domingo y las fiestas de guardar? Me alegro mucho de este reencuentro… Vivos seguís en mí, queridos míos… Y así seguiréis mientras yo lo esté! Me llega el olor del ganado en la feria de cada semana en aquella arboleda, ¿la veis, os acordáis?, donde me perdía entre vacas, bueyes, mugidos, mulas, asnos, cerdos, aldeanos y todo ese mundo que fue… y sigue siendo. Si bien la película ya no se proyecta en cines de pantallas inmensas rodeadas de luces de colores que iban menguando al oscurecer la sala… No, ya no se vive el mundo igual, pero poco importa, aquel guión era personal, nuestro… Hoy se escriben otras historias. Como historia es este momento vivido.

¡Hasta siempre! ¡Hasta las estrellas!"