Fin de semana es, debiera ser, ese espacio en el tiempo en el que la mayoría de las cosas
de uno debieran estar resueltas… Y vivir esos dos días y medio con cierta despreocupación. Y a
la vez ocupación en las cosas gratas de la vida. Bueno,
esta es la teoría. Y puede que el guion de algunos, muchos, pero no
será el de todos.
El
día a día de muchas personas no es un camino de rosas… Y sin
llegar al valle de lágrimas, si se ven abocadas a cierta
travesía del desierto. Entendiendo desierto como ese tramo de
vida en el que las carencias se hacen presentes…
¡Tramo
de vida, no la vida entera!
Muchos,
puede que la mayoría, y más si ya nos encontramos en la dorada
tercera edad, que no tengo muy claro dónde empieza y dónde acaba,
:)))))) habremos pasado por esas distintas etapas de altibajos,
situaciones críticas, risas y lágrimas, en las que ha ido
transcurriendo nuestro caminar, nuestro aprendizaje, nuestras etapas
superadas. Nuestros ayeres…
Cabría
hacer un símil, algo bucólico y pastoril, sobre la reflexión
anterior.
La
primavera. Esa etapa en el tiempo, juvenil y despreocupada. Llena de
energía y florecimiento. Donde todo es nuevo y pujante, aprendizaje
y siembra para el mañana…
El
verano. Tras el bullicio inconsciente pero vigoroso de la estación
anterior, se va imponiendo la tendencia a vivir la vida con cierto
orden… El asentamiento de los proyectos habidos, y un ver crecer
las espigas de la siembra…
Otoño…
Donde la cosecha ha sido recogida ya. Almacenada. Los árboles se van
desprendiendo de las hojas in-útiles. Tuvieron su razón de ser…
Intentar retenerlas pegándolas con Loctite, va a ser que no!
Cada
momento tiene sus circunstancias. Pretender no desprenderse del ayer
e intentar abrazar el hoy, suele ser complicado. No hay espacio para
los dos…
Cabe,
cabría, como el labrador de antaño (hoy la modernidad en el campo
ha desvirtuado aquella imagen entrañable), sentarse a la puerta de
casa sin mucho más que hacer que oír el piar de los pájaros,
sentir en el rostro la brisa cálida que proviene del valle… Y
saber, aunque no se vea, que el río de la vida siempre fluye tras
aquel recodo del camino.
─ Oiga, ¿se ha olvidado del invierno?
─ ¿De qué invierno me habla?