La mejor ayuda que puede prestarle a alguien es llevarle más allá de la necesidad de ayuda. (Nisargadatta)
sábado, 31 de diciembre de 2016
Santa inocencia!
En un punto infinitesimal de esta galaxia se encuentra la Tierra. |
Se cree que no hay más que uno... ¡Santa inocencia!”
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martes, 27 de diciembre de 2016
¡Maestro!
Navidad
Navidad dulce Navidad…
Así
dice la canción de los hombres, así cantan a coro la mayoría, así
se construye la burbuja, individual y colectiva, de realidad.
De ayer, hoy y mañana. Del primero, los recuerdos, de lo que fue o
fueron, ellos, pero que ya no son. Del tercero, anhelos… De
algo que no es y cabe que nunca sea… Pero ahí están, marcando
nuestras vidas el pasado y el futuro. Cuando la realidad es que el
ayer fue “hoy” y el mañana, cuando se viva, cuando llegue, será
también “hoy”.
Pero
del único “hoy” que hay, que vivimos, nada más es real, pocos
quieren/queremos saber
Cuando
soy consciente, y capaz, de hacerme a un lado y permitir que la vida
fluya a su ritmo me sorprendo al comprobar cómo encajan la
mayor parte de la cosas, pequeñas o grandes, relevantes o no,
propias y de terceros... Y las que no, que no dejarán de ser
apreciaciones y deseos personales míos, acaban marcando con el
tiempo su razón de no ser.
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Camino
de la ciudad y al pasar por un prado de fina hierba punteada por
miles de gotas de rocío he visto a un “maestro” que, junto a un
rebaño de ovejas, una bandada de cuervos que con su peculiar
bamboleo al andar buscaban su alimento, dos urracas al borde de la
valla, una sobre el alambre de espino y la otra en el suelo, tres
mirlos repartidos entre los árboles sin hojas que bordeaban ésta, y
todo ello envuelto en el murmullo del río que baja crecido por las
últimas lluvias y el sol de la mañana, me he detenido a
preguntarle.
─Maestro
¿qué es la vida?
─Mirándome
a los ojos con aparente indiferencia pero muy consciente de la
realidad que vivía, del "hoy", del instante, que él es, que todo es, volvió a bajar su
cabeza y siguió mordisqueando la hierba.
Y
comprendí que todo es “ahora”. Y que fuera de este instante no
hay nada. Y que el sonido de zambombas y panderetas unido al de los
villancicos que se oía a lo lejos no es más que el ruido que
producimos con tal de no encontrarnos a nosotros mismos…
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La figura del asno como "maestro" no es peyorativa.
Quiere señalar lo natural de la vida a través del comportamiento natural.
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jueves, 15 de diciembre de 2016
viernes, 9 de diciembre de 2016
El viento roló hacia el norte...
... he hizo retroceder el tiempo.
El fuerte viento que le acompañaba aquella fría tarde en su viaje de vuelta a casa le hacía agradecer lo acogedor del interior de su coche. Eran las siete y media y se había propuesto no parar hasta Madrid. De pronto el vehículo empezó a perder potencia y a aminorar su velocidad. Poco después detenía su marcha en el arcén. Varios intentos de arrancarlo resultaron infructuosos.
¿Qué
hacer? El último pueblo por el que pasó había quedado muy atrás.
Anochecía con rapidez. Se dio cuenta entonces de que ya hacía
tiempo que no se cruzaba con ningún coche. ¿Quién iba a estar de
viaje la tarde del 24 de Diciembre? Pensó en su hermana que le
esperaba para la cena familiar y la inquietud que les embargaría su
retraso. Intentó una vez más ponerlo en marcha pero nada se movía.
Se bajó dirigiéndose al capó delantero y levantó la tapa. Con una
pequeña linterna estuvo observando el motor.
Miró a su alrededor y le pareció descubrir una luz a lo lejos. Aparecía y
desaparecía. Cayó en la cuenta de que podrían ser los árboles
quienes la ocultasen por el viento. Entrando de nuevo en su vehículo
se dispuso a esperar que algún coche pudiese pasar… Tras más de
hora y media se bajó y buscó de nuevo la pequeña luz
intermitente de antes. Encendiendo las luces largas vio hacia la
derecha un camino de tierra que parecía dirigirse hacia donde
titilaba la luz. Recogió su maleta y emprendió el camino.
Tras
más de veinte minutos de caminar de cara al viento accedió a lo que
parecía un grupo de casas viejas. Dejando atrás las primeras llegó
a una especie de parque ajardinado con la estatua de alguien insigne en lo que pudiera ser el centro de aquel pequeño pueblo. Varias bombillas
cubiertas por blancos platos adosadas a las paredes de algunas casas
iluminaban con luz mortecina las calles empedradas. Nadie se veía.
Varias chimeneas dejaban escapar grises humaredas que el viento
arrastraba en largas volutas jugando con ellas.
Vio que algunas ventanas entreabiertas dejaban pasar
la luz de su interior. Imaginó mesas puestas y cazuelas al fuego.
Niños en alegre algarabía alrededor de la chimenea. Turrones,
peladillas, pasas, higos secos, barquillos, todo ello colocado sobre
una mesa en un lado de la cocina. Las mujeres preparando la sopa y
las patatas al horno junto a la carne guisada. Y los hombres
saboreando anís y coñac en aquellos diminutos vasos de cristal con
líneas de colores azules, amarillas y rojas rodeándoles y que,
recordaba, no faltaban en las casas de su niñez.
Se
dirigió a la puerta más próxima. Una mujer con una niña en brazos
le abrió…
Sentado
a la mesa frente a ella y con sus dos hijos a cada lado cenaron
aquella noche en que, según cuentan las leyendas, nació un maestro
de la humanidad. Los regalos comprados para sus sobrinos sirvieron
para alegrar las caras de aquellos niños. Zambombas y panderetas se
oían tocar en las casas vecinas. Los pequeños hicieron sonar sus carracas. El viento seguía barriendo el páramo y al pasar por lo
alto de la chimenea ululaba con fuerza. Cuando la madre acostó a sus
hijos volvió a la cocina, y sirviendo sendos vasitos de licor se
sentó a la mesa.
─Creo
reconocerte, ─le dijo el hombre─. Tu pelo es inconfundible. Veo
que lo llevas más corto, pero eres tú, seguro…
─Sonriendo
la mujer le respondió: También yo creí reconocerte…, pero cómo
iba a pensar que después de tantos años te vería de nuevo, y en
una noche como ésta… La verdad es que he dudado, más por la
sorpresa que por no reconocerte… Veinticinco años por lo menos…
─¡Puede
ser! No voy a negar que te he tenido en el pensamiento muchas veces…
Aquella trenza rubia larga y enmarañada, aquella sonrisa, aquel
desenfado tuyo y de tus compañeras en el trato con un desconocido.
Aquel momento tan natural en el que te vi aquella fría mañana de invierno del cincuenta y siete lavando la ropa a mano en pleno campo
junto a la fuente… Aquel botón de tu blusa que intentaste abrochar
mirándome, y que tal vez por tener las manos heladas no pudiste. Ese
gesto tuyo sonriéndome y no dándole mayor importancia, ¡no he
podido olvidarlo!
─Hablaron
largo rato. Cuando se levantaron de la mesa el viento había
amainado…
─¡Ven!
─le dijo ella cogiéndole de la mano─, por esta noche
retrocederemos en el tiempo…
Después
de que el coche fue reparado continuó su viaje. Tarareando antiguos
villancicos entraba en Madrid a eso de las cinco de la tarde.
Lo
vivido aquella Nochebuena fue/es algo que jamás se repitió. Pero
que perduró en el pensamiento de ambos hasta el día de su muerte.
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¡Llegó
y lo crucificaron. Y sí volviese a nacer lo crucificarían de nuevo!
¡No
hay mayor violencia que la necedad y la ignorancia!
Bueno,
puede que haya una mayor…:
¡La renuencia a saber!
¡La renuencia a saber!
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sábado, 3 de diciembre de 2016
...desistió de recordárnoslo.
Torla. |
De
regreso de pasar unos días en Torla, pirineo aragonés, en casa de
un matrimonio amigo, y a su paso por Huesca, subieron al autobús
algunas personas. Una de ellas, una joven mujer, se sentó a su lado.
Empezaba a nevar.
Dejando
atrás la ciudad observó como ésta sacaba una fotografía y la
contemplaba largo rato. Era la imagen de un hombre, tal vez unos
cincuenta años. Un gesto de ella al secarse las lágrimas hizo que
éste la mirase. En ese momento y sin saber bien si se dirigía a él
la mujer dijo muy despacio:
―Mi
padre… ―y mirándole añadió―: acaba de irse...
―Lo
siento… ―contestó Juan―. Y viendo que se echaba a llorar
guardó silencio.
Al rato fue Isabel quien inició la conversación:
―Hacía
muchos años
que nada sabía de él… Mis padres se separaron cuando contaba
15 años. Y ese hecho me marcó profundamente. Vi llorar a mi madre y
culpé a mi padre… ¡Con lo que le quería… Con lo que me quería!
También el hecho de que entonces me sentí abandonada. No era el
caso, pues siguió muy próximo a mí y mis hermanas… pero no pude
superarlo… Después la vida fue marcando su ritmo a todos.
―Al
principio hubo algunos contactos esporádicos. A diferencia de mis
hermanas que solían pasar los fines de semana en su casa, junto a su
compañera, yo nunca fui. No quise dejar a mi madre sola. Me parecía
una traición hacerlo… No comprendía la situación, o más bien,
hoy lo sé, no podía aceptarla… ¡Mi padre, el amor de mi vida de
niña! Posteriormente nos trasladamos a otra ciudad y eso hizo que,
con el tiempo, hasta mis hermanas dejaron de hablarle. Reconozco hoy
que mi actitud de rechazo pudo influir en ello. ―Tras
estas palabras Isabel guardó silencio y pareció ensimismarse en
algunos recuerdos.
―Durante
muchos años seguí recibiendo, junto a mis hermanas, una postal
y un
dinero por nuestros cumpleaños y Navidad… Nunca le
respondí. Teníamos un padre pero nos negábamos a aceptarle.
Pasó el tiempo y unas Navidades nada llegó… Comprendí que si
bien seguíamos siendo para él, ¡siempre!, desistió
de recordárnoslo. Y nos dejó en nuestro albedrío, absurdo,
hoy lo sé, de mantener el mismo comportamiento del que
siempre le culpamos.
―¿Y
tú cómo estás ahora? ―le
preguntó Juan.
―Bien.
Tranquila… En paz con él. Liberada de mí misma en el papel de
hija ofendida, abandonada, no querida… ¡Libre! Pude hablar con mi
padre antes de fallecer… No hubo necesidad de muchas palabras. Me
hubiese gustado decirle cuánto le quería, ¡le quiero!, pero en su
mirada vi que todo estaba dicho desde siempre. Que era y siempre fui
su querida hija. Aquella que se dormía muy pequeña en la cama
apoyada en sus piernas dobladas. La que le besaba en los
labios cuando no contaba ni dos años, la que le adoraba… El
tiempo se detuvo y todo pasó ante mis ojos.
―Tras
irse mi padre he pasado dos días junto a su mujer, su hija y la
pequeña Liliana, su nieta. La serenidad de ambas mujeres ha
sido para mí de una gran ayuda. No he percibido ni el más mínimo
reproche por nada. Y sí una comprensión y un amor que, sé, estaba
influenciado por mi padre. No había lágrimas en ellas, no había
tristezas, ni sensación de pérdida. La vida no se había
interrumpido… ¡Qué habría que llorar, qué echar de menos!
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«La
muerte es sólo un paso más hacia la forma de vida en otra
frecuencia» y «El instante de la muerte es una experiencia única,
bella, liberadora, que se vive sin temor y sin angustia».
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