sábado, 31 de diciembre de 2016

Nathan Brutsky.

Ellas...
...dos más.
Ellos...
Conjunción.
Sobremesa...
Domingo por la tarde...

Artista israelí que reside en Tel-Aviv.



Que viváis una bonita noche y se cumplan todos vuestros deseos. Aunque no sea sino por esta sola noche...

Un fuerte abrazo.

Santa inocencia!

En un punto infinitesimal de esta galaxia se encuentra la Tierra.
Respecto al "arte" de vivir, aprendiendo/viviendo, lo has descrito muy bien, Gloria, con palabras naturales. Vivir, amar, envejecer... Tal cual el maestro del prado. Así es la vida realmente. Lo demás..., cada quien su historia, cada quien su mundo.

Se cree que no hay más que uno... ¡Santa inocencia!”

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martes, 27 de diciembre de 2016

¡Maestro!


Navidad Navidad dulce Navidad…

Así dice la canción de los hombres, así cantan a coro la mayoría, así se construye la burbuja, individual y colectiva, de realidad. De ayer, hoy y mañana. Del primero, los recuerdos, de lo que fue o fueron, ellos, pero que ya no son. Del tercero, anhelos… De algo que no es y cabe que nunca sea… Pero ahí están, marcando nuestras vidas el pasado y el futuro. Cuando la realidad es que el ayer fue “hoy” y el mañana, cuando se viva, cuando llegue, será también “hoy”.

Pero del único “hoy” que hay, que vivimos, nada más es real, pocos quieren/queremos saber

Cuando soy consciente, y capaz, de hacerme a un lado y permitir que la vida fluya a su ritmo me sorprendo al comprobar cómo encajan la mayor parte de la cosas, pequeñas o grandes, relevantes o no, propias y de terceros... Y las que no, que no dejarán de ser apreciaciones y deseos personales míos, acaban marcando con el tiempo su razón de no ser.
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Camino de la ciudad y al pasar por un prado de fina hierba punteada por miles de gotas de rocío he visto a un “maestro” que, junto a un rebaño de ovejas, una bandada de cuervos que con su peculiar bamboleo al andar buscaban su alimento, dos urracas al borde de la valla, una sobre el alambre de espino y la otra en el suelo, tres mirlos repartidos entre los árboles sin hojas que bordeaban ésta, y todo ello envuelto en el murmullo del río que baja crecido por las últimas lluvias y el sol de la mañana, me he detenido a preguntarle.

Maestro ¿qué es la vida?

Mirándome a los ojos con aparente indiferencia pero muy consciente de la realidad que vivía, del "hoy", del instante, que él es, que todo es, volvió a bajar su cabeza y siguió mordisqueando la hierba.

Y comprendí que todo es “ahora”. Y que fuera de este instante no hay nada. Y que el sonido de zambombas y panderetas unido al de los villancicos que se oía a lo lejos no es más que el ruido que producimos con tal de no encontrarnos a nosotros mismos…

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La figura del asno como "maestro" no es peyorativa. 
Quiere señalar lo natural de la vida a través del comportamiento natural.
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jueves, 15 de diciembre de 2016

Días de fiesta.




Os los deseo en paz y armonía junto a vuestros familiares y amigos.

Un gran abrazo a todos.

viernes, 9 de diciembre de 2016

El viento roló hacia el norte...


... he hizo retroceder el tiempo.

El fuerte viento que le acompañaba aquella fría tarde en su viaje de vuelta a casa le hacía agradecer lo acogedor del interior de su coche. Eran las siete y media y se había propuesto no parar hasta Madrid. De pronto el vehículo empezó a perder potencia y a aminorar su velocidad. Poco después detenía su marcha en el arcén. Varios intentos de arrancarlo resultaron infructuosos.

¿Qué hacer? El último pueblo por el que pasó había quedado muy atrás. Anochecía con rapidez. Se dio cuenta entonces de que ya hacía tiempo que no se cruzaba con ningún coche. ¿Quién iba a estar de viaje la tarde del 24 de Diciembre? Pensó en su hermana que le esperaba para la cena familiar y la inquietud que les embargaría su retraso. Intentó una vez más ponerlo en marcha pero nada se movía. Se bajó dirigiéndose al capó delantero y levantó la tapa. Con una pequeña linterna estuvo observando el motor.

Miró a su alrededor y le pareció descubrir una luz a lo lejos. Aparecía y desaparecía. Cayó en la cuenta de que podrían ser los árboles quienes la ocultasen por el viento. Entrando de nuevo en su vehículo se dispuso a esperar que algún coche pudiese pasar… Tras más de hora y media se bajó y buscó de nuevo la pequeña luz intermitente de antes. Encendiendo las luces largas vio hacia la derecha un camino de tierra que parecía dirigirse hacia donde titilaba la luz. Recogió su maleta y emprendió el camino.

Tras más de veinte minutos de caminar de cara al viento accedió a lo que parecía un grupo de casas viejas. Dejando atrás las primeras llegó a una especie de parque ajardinado con la estatua de alguien insigne en lo que pudiera ser el centro de aquel pequeño pueblo. Varias bombillas cubiertas por blancos platos adosadas a las paredes de algunas casas iluminaban con luz mortecina las calles empedradas. Nadie se veía. Varias chimeneas dejaban escapar grises humaredas que el viento arrastraba en largas volutas jugando con ellas.

Vio que algunas ventanas entreabiertas dejaban pasar la luz de su interior. Imaginó mesas puestas y cazuelas al fuego. Niños en alegre algarabía alrededor de la chimenea. Turrones, peladillas, pasas, higos secos, barquillos, todo ello colocado sobre una mesa en un lado de la cocina. Las mujeres preparando la sopa y las patatas al horno junto a la carne guisada. Y los hombres saboreando anís y coñac en aquellos diminutos vasos de cristal con líneas de colores azules, amarillas y rojas rodeándoles y que, recordaba, no faltaban en las casas de su niñez.

Se dirigió a la puerta más próxima. Una mujer con una niña en brazos le abrió…

Sentado a la mesa frente a ella y con sus dos hijos a cada lado cenaron aquella noche en que, según cuentan las leyendas, nació un maestro de la humanidad. Los regalos comprados para sus sobrinos sirvieron para alegrar las caras de aquellos niños. Zambombas y panderetas se oían tocar en las casas vecinas. Los pequeños hicieron sonar sus carracas. El viento seguía barriendo el páramo y al pasar por lo alto de la chimenea ululaba con fuerza. Cuando la madre acostó a sus hijos volvió a la cocina, y sirviendo sendos vasitos de licor se sentó a la mesa.

Creo reconocerte, ─le dijo el hombre─. Tu pelo es inconfundible. Veo que lo llevas más corto, pero eres tú, seguro…
Sonriendo la mujer le respondió: También yo creí reconocerte…, pero cómo iba a pensar que después de tantos años te vería de nuevo, y en una noche como ésta… La verdad es que he dudado, más por la sorpresa que por no reconocerte… Veinticinco años por lo menos…
¡Puede ser! No voy a negar que te he tenido en el pensamiento muchas veces… Aquella trenza rubia larga y enmarañada, aquella sonrisa, aquel desenfado tuyo y de tus compañeras en el trato con un desconocido. Aquel momento tan natural en el que te vi aquella fría mañana de invierno del cincuenta y siete lavando la ropa a mano en pleno campo junto a la fuente… Aquel botón de tu blusa que intentaste abrochar mirándome, y que tal vez por tener las manos heladas no pudiste. Ese gesto tuyo sonriéndome y no dándole mayor importancia, ¡no he podido olvidarlo!
Hablaron largo rato. Cuando se levantaron de la mesa el viento había amainado…
¡Ven! ─le dijo ella cogiéndole de la mano─, por esta noche retrocederemos en el tiempo…

Después de que el coche fue reparado continuó su viaje. Tarareando antiguos villancicos entraba en Madrid a eso de las cinco de la tarde.

Lo vivido aquella Nochebuena fue/es algo que jamás se repitió. Pero que perduró en el pensamiento de ambos hasta el día de su muerte.
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¡Llegó y lo crucificaron. Y sí volviese a nacer lo crucificarían de nuevo!
¡No hay mayor violencia que la necedad y la ignorancia!
Bueno, puede que haya una mayor…: 
¡La renuencia a saber!
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sábado, 3 de diciembre de 2016

...desistió de recordárnoslo.

Torla.
De regreso de pasar unos días en Torla, pirineo aragonés, en casa de un matrimonio amigo, y a su paso por Huesca, subieron al autobús algunas personas. Una de ellas, una joven mujer, se sentó a su lado. Empezaba a nevar.

Dejando atrás la ciudad observó como ésta sacaba una fotografía y la contemplaba largo rato. Era la imagen de un hombre, tal vez unos cincuenta años. Un gesto de ella al secarse las lágrimas hizo que éste la mirase. En ese momento y sin saber bien si se dirigía a él la mujer dijo muy despacio:

Mi padre… ―y mirándole añadió―: acaba de irse...
Lo siento… ―contestó Juan―. Y viendo que se echaba a llorar guardó silencio.

Al rato fue Isabel quien inició la conversación:
Hacía muchos años que nada sabía de él… Mis padres se separaron cuando contaba 15 años. Y ese hecho me marcó profundamente. Vi llorar a mi madre y culpé a mi padre… ¡Con lo que le quería… Con lo que me quería! También el hecho de que entonces me sentí abandonada. No era el caso, pues siguió muy próximo a mí y mis hermanas… pero no pude superarlo… Después la vida fue marcando su ritmo a todos.
Al principio hubo algunos contactos esporádicos. A diferencia de mis hermanas que solían pasar los fines de semana en su casa, junto a su compañera, yo nunca fui. No quise dejar a mi madre sola. Me parecía una traición hacerlo… No comprendía la situación, o más bien, hoy lo sé, no podía aceptarla… ¡Mi padre, el amor de mi vida de niña! Posteriormente nos trasladamos a otra ciudad y eso hizo que, con el tiempo, hasta mis hermanas dejaron de hablarle. Reconozco hoy que mi actitud de rechazo pudo influir en ello. Tras estas palabras Isabel guardó silencio y pareció ensimismarse en algunos recuerdos.
Durante muchos años seguí recibiendo, junto a mis hermanas, una postal y un dinero por nuestros cumpleaños y Navidad… Nunca le respondí. Teníamos un padre pero nos negábamos a aceptarle. Pasó el tiempo y unas Navidades nada llegó… Comprendí que si bien seguíamos siendo para él, ¡siempre!, desistió de recordárnoslo. Y nos dejó en nuestro albedrío, absurdo, hoy lo sé, de mantener el mismo comportamiento del que siempre le culpamos.
¿Y tú cómo estás ahora? le preguntó Juan.
Bien. Tranquila… En paz con él. Liberada de mí misma en el papel de hija ofendida, abandonada, no querida… ¡Libre! Pude hablar con mi padre antes de fallecer… No hubo necesidad de muchas palabras. Me hubiese gustado decirle cuánto le quería, ¡le quiero!, pero en su mirada vi que todo estaba dicho desde siempre. Que era y siempre fui su querida hija. Aquella que se dormía muy pequeña en la cama apoyada en sus piernas dobladas. La que le besaba en los labios cuando no contaba ni dos años, la que le adoraba… El tiempo se detuvo y todo pasó ante mis ojos.
Tras irse mi padre he pasado dos días junto a su mujer, su hija y la pequeña Liliana, su nieta. La serenidad de ambas mujeres ha sido para mí de una gran ayuda. No he percibido ni el más mínimo reproche por nada. Y sí una comprensión y un amor que, sé, estaba influenciado por mi padre. No había lágrimas en ellas, no había tristezas, ni sensación de pérdida. La vida no se había interrumpido… ¡Qué habría que llorar, qué echar de menos!
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«La muerte es sólo un paso más hacia la forma de vida en otra frecuencia» y «El instante de la muerte es una experiencia única, bella, liberadora, que se vive sin temor y sin angustia».


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