La mejor ayuda que puede prestarle a alguien es llevarle más allá de la necesidad de ayuda. (Nisargadatta)
sábado, 23 de noviembre de 2013
jueves, 14 de noviembre de 2013
Ambos lados son lo mismo... ¡Vida!
Tristeza
sí, sino puedes evitarla, y lágrimas, pues la función de los ojos es llorar. ¡Pena no!
No debes sentir pena pues ella acrecienta la situación que lamentas.
Y no hay razón para ello...
¿Adiós?.
¿Qué adiós?... Cierto que parece dormida, y cuando salga de casa
ya no la verás. Pero ello no significa lo que crees, o has creído
siempre. También la mayoría de los que te rodean hoy. No hay
pérdida, no hay muerte. ¡Sigue ahí!
Como
seguirá la silla en la que se sentaba, o la ropa que tantas veces
vistió, o la taza en la que desayunaba, o sus zapatillas de casa...
¡Cierto! Todo eso seguirá mientras quieras conservarlo, pero no
tiene mayor relevancia. Será tu deseo. No el suyo. Eso es todo. Nada
que ver con ella realmente. Con su esencia, con lo que siempre ha
sido y será. Con esa realidad suya, y también tuya, que en lo que
llamamos mundo no se percibe con claridad. Ella ya sí!...
martes, 12 de noviembre de 2013
Calefacción individual.
La
primera vez que tomé un vaso de agua caliente, sentí una sensación
extraña, y un cierto revuelo momentáneo en el estómago. Es curioso
como tomando leche o sopa caliente e incluso caldos sin nada sólido,
nunca había sentido algo parecido. Y es que en ello también juega,
en parte, el aspecto psicológico... Líquidos habituales calientes o
muy calientes, como es mi caso, sí. Agua caliente sola ya era otra
historia.
Estuvimos años en casa con esta práctica. Personalmente tomaba tres vasos grandes en ayunas, unos veinte minutos antes de desayunar. Esto último es imprescindible. Lo mismo daba que fuese verano o invierno. Llegamos a tal hábito que cuando viajábamos, uno o dos días por semana, echábamos de menos su falta.
¿La razón para esta práctica? Pues no recuerdo muy bien de dónde surgió, pero uno de los efectos primeros de la toma de agua caliente fue la desaparición del frío en los pies de mi esposa. Más que fríos helados por la noche cuando se metía en la cama. Tal vez su circulación sanguínea provocaba esa situación. ¡Nunca más los ha vuelto a tener fríos!. Incluso después de años de dejar esta práctica.
La explicación que solía dar a otras personas que se interesaban en ello era la siguiente:
-“Después de comer los platos quedan sucios, con restos, grasas”.
-”Sí”,
solían responder.
-”Si
dejas que los restos se sequen en el plato y pones éste debajo del
grifo del agua fría ¿se limpia sin más?”.
-”No,
desde luego”.
-”Y
si lo pones debajo del agua caliente, sin frotar, ¿qué ves?”
-”¡Qué
se limpia solo!...”
-”¡Pues
lo mismo sucede con tu cuerpo! La grasa, y todo lo que deba irse se
va diluyendo y se elimina de forma natural. Los efectos del agua
caliente se dan principalmente en los intestinos, limpiando las
paredes de estos y facilitando el tracto gastrointestinal”.
Así nos expresábamos entonces. Y estuvimos bastantes años. Después paulatinamente lo fuimos dejando... Hoy he vuelto a tomar un vaso. Me había quedado dormido sentado en el sofá y aunque me había echado una manta sobre las piernas, me desperté con frío. Tenía que tomar un comprimido y decidí hacerlo con agua caliente. En este caso la razón era que sirviese de calefacción individual. La tienes a mano en cualquier momento y lugar. Pues ciertamente uno, dos o tres vasos de agua caliente entona el cuerpo mejor y más saludable que encendiendo ésta.
domingo, 10 de noviembre de 2013
Las cuatro estaciones.
De
niño viajaba con frecuencia en el tren en largas distancias. En
compañía de mi familia he pasado muchas horas en aquellos añorados
vagones, añorados por lo que suponían de alegría y aventura al
niño que fui. Las distintas sensaciones que el tren provocaba, el
paisaje de las ventanillas, el olor del carbón, el traqueteo de la
marcha, la frenada en las estaciones. Éstas con el nombre de las
mismas en grande y bien visible. La bajada y subida de viajeros, el
deambular de los... ¿Cómo se llamaban aquellos hombres que
cubiertos con un guardapolvo gris, una gorra de plato del mismo color
y llevando una carretilla se ofrecían a los viajeros para llevarles
sus maletas?.
A
pesar del tiempo trascurrido, mucho, mantengo en el recuerdo
situaciones y vivencias que han quedado marcadas de aquellos
trayectos. Incluso rostros, como el de aquella monja que, mirándome
fijamente y con cierta sonrisa, tal vez queriendo ser amable, provocó
mi inquietud, hasta el punto de que mi madre tuvo que llamar su
atención. También tengo presente hoy el sabor y la textura de
aquellas empanadas que, para esas ocasiones, mi madre preparaba. Eran
habituales en los viajes.
Haciendo
el símil con las estaciones de tren, un recorrido entre dos puntos
con distintas paradas, hemos dado este nombre a las cuatro etapas en
las que fraccionamos un periodo de tiempo. Como si la Naturaleza
entre primavera y primavera necesitase nombres.
También
el ser humano en su deambular por este mundo recorre diferentes
etapas. Nace, niñez, juventud, adulto, madurez, y esa etapa dorada
que debiera ser el último tramo aquí. La alegoría de la
siembra y recolección en lo que sería la vida de una persona,
determinaría esta última en función de la primera. ¡Recogerás lo
que siembres!
Pero
no es exactamente así en el aspecto espiritual del ser humano. Las
siembras y recolecciones no llevan el mismo ritmo de tiempo
que en el campo. En la persona la siembra se hace múltiple incluso
en un solo día. Pues múltiples son los pensamientos y sentimientos
que llegan hasta nosotros. Si los hacemos nuestros prestándoles
atención, dándoles relevancia, es como si los sembráramos. Pues de
ellos surgen las acciones que solemos realizar... ¡La siembra!. Y de
éstas, las acciones, experimentaremos los efectos... ¡La cosecha!
Llegan
los pensamientos, pero sino son adecuados, pacíficos, armoniosos, de
buena voluntad, no tenemos por qué darles espacio. “No puedes
evitar que un pájaro se pose en tu cabeza, pero si puedes evitar que
permanezca el tiempo suficiente para hacerse el nido”.
¡Suéltalos!
Sencillamente suéltalos.
martes, 5 de noviembre de 2013
...os pido que dejéis de hacerlo.
Hace
unos días veía un reportaje en el que entrevistaban a personas
mayores que se encontraban en una residencia de día. La mayoría de
ellas, mujeres casi todas, estaban encantadas con la experiencia.
Juegos, entretenimiento, ejercicios, bailes, peluquería, etc. Así
pasaban el tiempo. Se veía muy ambiente, entre las personas que
acudían y también con el personal del centro. Esto último he de
reconocer que destacaba especialmente. La tónica general era la
placidez, armonía y risas que reinaban en aquel espacio. Y
allí entre tanta vitalidad y alegría, y ganas de vivir, se
encontraba ella.
Ella, una mujer de buena presencia, aunque no disimulaba la edad que tenía, mucha. Arreglada, bien vestida, seria, natural... Estaba sentada, me pareció que tal vez en una silla de ruedas. Cuando la enfocó la cámara estaba a su lado, sonriendo, una de las asistentas... “Yo lo que quiero es morirme ya..., quiero descansar”. Su acompañante le dijo, con una sonrisa, que no debía pensar así, y añadió que estaba muy guapa.
Cuántas
personas se encuentran en la misma situación que esta mujer.
Personas que han llegado ya a un punto personal, el suyo, no se
debería olvidar este dato, en el que sienten que su vida está
llegando a su fin. Personas que han vivido su vida. ¡Vivido! Con
todos sus avatares y circunstancias. Las conocidas por los demás y
las no conocidas más que por ellas mismas. ¡Todo natural!
Personas
que sienten lo que las demás no sienten. Incluidas su familia y
seres queridos. ¡Y qué! Han vivido, y están cansadas. O
simplemente quieren irse ya. Pues de aquí partimos todos. ¿A qué
esperar por valores sentimentales o sociales que ya no están en su
escala? ¿A qué forzar situaciones de vida sin valor ya para quienes
miden las cosas de forma diferente? Para quienes saben... y quieren!
************
Tal
vez 85 años, serena, lúcida. Estaba en cama desde hacía una
semana, no se encontraba bien. En la penumbra de la habitación, en
silencio, se encontraban sus tres hijas. Tristes, llorando para sí
cuando abandonaban la estancia. Apenas hablaban... Una mañana en la
que sólo estaba en la habitación una de ellas, le dijo la madre
mientras le cogía de la mano: “Estoy cansada y ya no quiero
seguir. He vivido mi vida y quiero irme... Pero no puedo. Sé que
estáis rezando por mí y ello me retiene aquí. Os quiero. Y os pido
que dejéis de hacerlo”.
Partió
esa misma tarde. En paz. Y en paz quedaron sus hijas.
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