jueves, 14 de noviembre de 2013

Ambos lados son lo mismo... ¡Vida!

Tristeza sí, sino puedes evitarla, y lágrimas, pues la función de los ojos es llorar. ¡Pena no! No debes sentir pena pues ella acrecienta la situación que lamentas. Y no hay razón para ello...

¿Adiós?. ¿Qué adiós?... Cierto que parece dormida, y cuando salga de casa ya no la verás. Pero ello no significa lo que crees, o has creído siempre. También la mayoría de los que te rodean hoy. No hay pérdida, no hay muerte. ¡Sigue ahí!

Como seguirá la silla en la que se sentaba, o la ropa que tantas veces vistió, o la taza en la que desayunaba, o sus zapatillas de casa... ¡Cierto! Todo eso seguirá mientras quieras conservarlo, pero no tiene mayor relevancia. Será tu deseo. No el suyo. Eso es todo. Nada que ver con ella realmente. Con su esencia, con lo que siempre ha sido y será. Con esa realidad suya, y también tuya, que en lo que llamamos mundo no se percibe con claridad. Ella ya sí!...

De ahí la frase de Jesús a sus discípulos: “Estáis en el mundo pero no sois del mundo”.

martes, 12 de noviembre de 2013

Calefacción individual.

La primera vez que tomé un vaso de agua caliente, sentí una sensación extraña, y un cierto revuelo momentáneo en el estómago. Es curioso como tomando leche o sopa caliente e incluso caldos sin nada sólido, nunca había sentido algo parecido. Y es que en ello también juega, en parte, el aspecto psicológico... Líquidos habituales calientes o muy calientes, como es mi caso, sí. Agua caliente sola ya era otra historia.

Estuvimos años en casa con esta práctica. Personalmente tomaba tres vasos grandes en ayunas, unos veinte minutos antes de desayunar. Esto último es imprescindible. Lo mismo daba que fuese verano o invierno. Llegamos a tal hábito que cuando viajábamos, uno o dos días por semana, echábamos de menos su falta.

¿La razón para esta práctica? Pues no recuerdo muy bien de dónde surgió, pero uno de los efectos primeros de la toma de agua caliente fue la desaparición del frío en los pies de mi esposa. Más que fríos helados por la noche cuando se metía en la cama. Tal vez su circulación sanguínea provocaba esa situación. ¡Nunca más los ha vuelto a tener fríos!. Incluso después de años de dejar esta práctica.

La explicación que solía dar a otras personas que se interesaban en ello era la siguiente:

-“Después de comer los platos quedan sucios, con restos, grasas”.
-”Sí”, solían responder.
-”Si dejas que los restos se sequen en el plato y pones éste debajo del grifo del agua fría ¿se limpia sin más?”.
-”No, desde luego”.
-”Y si lo pones debajo del agua caliente, sin frotar, ¿qué ves?”
-”¡Qué se limpia solo!...”
-”¡Pues lo mismo sucede con tu cuerpo! La grasa, y todo lo que deba irse se va diluyendo y se elimina de forma natural. Los efectos del agua caliente se dan principalmente en los intestinos, limpiando las paredes de estos y facilitando el tracto gastrointestinal”.

Así nos expresábamos entonces. Y estuvimos bastantes años. Después paulatinamente lo fuimos dejando... Hoy he vuelto a tomar un vaso. Me había quedado dormido sentado en el sofá y aunque me había echado una manta sobre las piernas, me desperté con frío. Tenía que tomar un comprimido y decidí hacerlo con agua caliente. En este caso la razón era que sirviese de calefacción individual. La tienes a mano en cualquier momento y lugar. Pues ciertamente uno, dos o tres vasos de agua caliente entona el cuerpo mejor y más saludable que encendiendo ésta.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Las cuatro estaciones.

De niño viajaba con frecuencia en el tren en largas distancias. En compañía de mi familia he pasado muchas horas en aquellos añorados vagones, añorados por lo que suponían de alegría y aventura al niño que fui. Las distintas sensaciones que el tren provocaba, el paisaje de las ventanillas, el olor del carbón, el traqueteo de la marcha, la frenada en las estaciones. Éstas con el nombre de las mismas en grande y bien visible. La bajada y subida de viajeros, el deambular de los... ¿Cómo se llamaban aquellos hombres que cubiertos con un guardapolvo gris, una gorra de plato del mismo color y llevando una carretilla se ofrecían a los viajeros para llevarles sus maletas?.


A pesar del tiempo trascurrido, mucho, mantengo en el recuerdo situaciones y vivencias que han quedado marcadas de aquellos trayectos. Incluso rostros, como el de aquella monja que, mirándome fijamente y con cierta sonrisa, tal vez queriendo ser amable, provocó mi inquietud, hasta el punto de que mi madre tuvo que llamar su atención. También tengo presente hoy el sabor y la textura de aquellas empanadas que, para esas ocasiones, mi madre preparaba. Eran habituales en los viajes.

Haciendo el símil con las estaciones de tren, un recorrido entre dos puntos con distintas paradas, hemos dado este nombre a las cuatro etapas en las que fraccionamos un periodo de tiempo. Como si la Naturaleza entre primavera y primavera necesitase nombres.

También el ser humano en su deambular por este mundo recorre diferentes etapas. Nace, niñez, juventud, adulto, madurez, y esa etapa dorada que debiera ser el último tramo aquí. La alegoría de la siembra y recolección en lo que sería la vida de una persona, determinaría esta última en función de la primera. ¡Recogerás lo que siembres!

Pero no es exactamente así en el aspecto espiritual del ser humano. Las siembras y recolecciones no llevan el mismo ritmo de tiempo que en el campo. En la persona la siembra se hace múltiple incluso en un solo día. Pues múltiples son los pensamientos y sentimientos que llegan hasta nosotros. Si los hacemos nuestros prestándoles atención, dándoles relevancia, es como si los sembráramos. Pues de ellos surgen las acciones que solemos realizar... ¡La siembra!. Y de éstas, las acciones, experimentaremos los efectos... ¡La cosecha!

Llegan los pensamientos, pero sino son adecuados, pacíficos, armoniosos, de buena voluntad, no tenemos por qué darles espacio. “No puedes evitar que un pájaro se pose en tu cabeza, pero si puedes evitar que permanezca el tiempo suficiente para hacerse el nido”.

¡Suéltalos! Sencillamente suéltalos.
 

martes, 5 de noviembre de 2013

...os pido que dejéis de hacerlo.


Hace unos días veía un reportaje en el que entrevistaban a personas mayores que se encontraban en una residencia de día. La mayoría de ellas, mujeres casi todas, estaban encantadas con la experiencia. Juegos, entretenimiento, ejercicios, bailes, peluquería, etc. Así pasaban el tiempo. Se veía muy ambiente, entre las personas que acudían y también con el personal del centro. Esto último he de reconocer que destacaba especialmente. La tónica general era la placidez, armonía y risas que reinaban en aquel espacio. Y allí entre tanta vitalidad y alegría, y ganas de vivir, se encontraba ella.

Ella, una mujer de buena presencia, aunque no disimulaba la edad que tenía, mucha. Arreglada, bien vestida, seria, natural... Estaba sentada, me pareció que tal vez en una silla de ruedas. Cuando la enfocó la cámara estaba a su lado, sonriendo, una de las asistentas... “Yo lo que quiero es morirme ya..., quiero descansar”. Su acompañante le dijo, con una sonrisa, que no debía pensar así, y añadió que estaba muy guapa.
 
Cuántas personas se encuentran en la misma situación que esta mujer. Personas que han llegado ya a un punto personal, el suyo, no se debería olvidar este dato, en el que sienten que su vida está llegando a su fin. Personas que han vivido su vida. ¡Vivido! Con todos sus avatares y circunstancias. Las conocidas por los demás y las no conocidas más que por ellas mismas. ¡Todo natural!
 
Personas que sienten lo que las demás no sienten. Incluidas su familia y seres queridos. ¡Y qué! Han vivido, y están cansadas. O simplemente quieren irse ya. Pues de aquí partimos todos. ¿A qué esperar por valores sentimentales o sociales que ya no están en su escala? ¿A qué forzar situaciones de vida sin valor ya para quienes miden las cosas de forma diferente? Para quienes saben... y quieren!

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Tal vez 85 años, serena, lúcida. Estaba en cama desde hacía una semana, no se encontraba bien. En la penumbra de la habitación, en silencio, se encontraban sus tres hijas. Tristes, llorando para sí cuando abandonaban la estancia. Apenas hablaban... Una mañana en la que sólo estaba en la habitación una de ellas, le dijo la madre mientras le cogía de la mano: “Estoy cansada y ya no quiero seguir. He vivido mi vida y quiero irme... Pero no puedo. Sé que estáis rezando por mí y ello me retiene aquí. Os quiero. Y os pido que dejéis de hacerlo”.

Partió esa misma tarde. En paz. Y en paz quedaron sus hijas.