De
niño viajaba con frecuencia en el tren en largas distancias. En
compañía de mi familia he pasado muchas horas en aquellos añorados
vagones, añorados por lo que suponían de alegría y aventura al
niño que fui. Las distintas sensaciones que el tren provocaba, el
paisaje de las ventanillas, el olor del carbón, el traqueteo de la
marcha, la frenada en las estaciones. Éstas con el nombre de las
mismas en grande y bien visible. La bajada y subida de viajeros, el
deambular de los... ¿Cómo se llamaban aquellos hombres que
cubiertos con un guardapolvo gris, una gorra de plato del mismo color
y llevando una carretilla se ofrecían a los viajeros para llevarles
sus maletas?.
A
pesar del tiempo trascurrido, mucho, mantengo en el recuerdo
situaciones y vivencias que han quedado marcadas de aquellos
trayectos. Incluso rostros, como el de aquella monja que, mirándome
fijamente y con cierta sonrisa, tal vez queriendo ser amable, provocó
mi inquietud, hasta el punto de que mi madre tuvo que llamar su
atención. También tengo presente hoy el sabor y la textura de
aquellas empanadas que, para esas ocasiones, mi madre preparaba. Eran
habituales en los viajes.
Haciendo
el símil con las estaciones de tren, un recorrido entre dos puntos
con distintas paradas, hemos dado este nombre a las cuatro etapas en
las que fraccionamos un periodo de tiempo. Como si la Naturaleza
entre primavera y primavera necesitase nombres.
También
el ser humano en su deambular por este mundo recorre diferentes
etapas. Nace, niñez, juventud, adulto, madurez, y esa etapa dorada
que debiera ser el último tramo aquí. La alegoría de la
siembra y recolección en lo que sería la vida de una persona,
determinaría esta última en función de la primera. ¡Recogerás lo
que siembres!
Pero
no es exactamente así en el aspecto espiritual del ser humano. Las
siembras y recolecciones no llevan el mismo ritmo de tiempo
que en el campo. En la persona la siembra se hace múltiple incluso
en un solo día. Pues múltiples son los pensamientos y sentimientos
que llegan hasta nosotros. Si los hacemos nuestros prestándoles
atención, dándoles relevancia, es como si los sembráramos. Pues de
ellos surgen las acciones que solemos realizar... ¡La siembra!. Y de
éstas, las acciones, experimentaremos los efectos... ¡La cosecha!
Llegan
los pensamientos, pero sino son adecuados, pacíficos, armoniosos, de
buena voluntad, no tenemos por qué darles espacio. “No puedes
evitar que un pájaro se pose en tu cabeza, pero si puedes evitar que
permanezca el tiempo suficiente para hacerse el nido”.
¡Suéltalos!
Sencillamente suéltalos.
Me siento en ese tren y veo pasar la vida...
ResponderEliminarno se si es mejor que me lleven a ratos
o uno conducirla bien
por todos esos parajes esenciales de la existencia
apegado a lo nuestro obvio
de lo que somos y no podemos dejar de ser...
tengo el vivo recuerdo desde mi niñez
cuando viajaba en tren con locomotora a carbón
que lejos quedaron esos tiempos
pero por el paisaje
siempre apreciamos el transcurrir de la vida
en la naturaleza ,como la vida misma...
muy bueno tu decir...
Voy a soltar que cuando te leo me parece que me veo en un espejo :)
ResponderEliminarEsa percepción como etapa "dorada", si la suelo tener en muchos momentos.
ResponderEliminarY esos recuerdos que me han llegado de mis fugaces viajes en tren, sola.
Y soltar, soltar...
Un abrazo.