domingo, 10 de noviembre de 2013

Las cuatro estaciones.

De niño viajaba con frecuencia en el tren en largas distancias. En compañía de mi familia he pasado muchas horas en aquellos añorados vagones, añorados por lo que suponían de alegría y aventura al niño que fui. Las distintas sensaciones que el tren provocaba, el paisaje de las ventanillas, el olor del carbón, el traqueteo de la marcha, la frenada en las estaciones. Éstas con el nombre de las mismas en grande y bien visible. La bajada y subida de viajeros, el deambular de los... ¿Cómo se llamaban aquellos hombres que cubiertos con un guardapolvo gris, una gorra de plato del mismo color y llevando una carretilla se ofrecían a los viajeros para llevarles sus maletas?.


A pesar del tiempo trascurrido, mucho, mantengo en el recuerdo situaciones y vivencias que han quedado marcadas de aquellos trayectos. Incluso rostros, como el de aquella monja que, mirándome fijamente y con cierta sonrisa, tal vez queriendo ser amable, provocó mi inquietud, hasta el punto de que mi madre tuvo que llamar su atención. También tengo presente hoy el sabor y la textura de aquellas empanadas que, para esas ocasiones, mi madre preparaba. Eran habituales en los viajes.

Haciendo el símil con las estaciones de tren, un recorrido entre dos puntos con distintas paradas, hemos dado este nombre a las cuatro etapas en las que fraccionamos un periodo de tiempo. Como si la Naturaleza entre primavera y primavera necesitase nombres.

También el ser humano en su deambular por este mundo recorre diferentes etapas. Nace, niñez, juventud, adulto, madurez, y esa etapa dorada que debiera ser el último tramo aquí. La alegoría de la siembra y recolección en lo que sería la vida de una persona, determinaría esta última en función de la primera. ¡Recogerás lo que siembres!

Pero no es exactamente así en el aspecto espiritual del ser humano. Las siembras y recolecciones no llevan el mismo ritmo de tiempo que en el campo. En la persona la siembra se hace múltiple incluso en un solo día. Pues múltiples son los pensamientos y sentimientos que llegan hasta nosotros. Si los hacemos nuestros prestándoles atención, dándoles relevancia, es como si los sembráramos. Pues de ellos surgen las acciones que solemos realizar... ¡La siembra!. Y de éstas, las acciones, experimentaremos los efectos... ¡La cosecha!

Llegan los pensamientos, pero sino son adecuados, pacíficos, armoniosos, de buena voluntad, no tenemos por qué darles espacio. “No puedes evitar que un pájaro se pose en tu cabeza, pero si puedes evitar que permanezca el tiempo suficiente para hacerse el nido”.

¡Suéltalos! Sencillamente suéltalos.
 

3 comentarios:

Meulen dijo...

Me siento en ese tren y veo pasar la vida...
no se si es mejor que me lleven a ratos
o uno conducirla bien
por todos esos parajes esenciales de la existencia
apegado a lo nuestro obvio
de lo que somos y no podemos dejar de ser...
tengo el vivo recuerdo desde mi niñez
cuando viajaba en tren con locomotora a carbón
que lejos quedaron esos tiempos
pero por el paisaje
siempre apreciamos el transcurrir de la vida
en la naturaleza ,como la vida misma...
muy bueno tu decir...

Te de Ternura dijo...

Voy a soltar que cuando te leo me parece que me veo en un espejo :)

Ángela dijo...

Esa percepción como etapa "dorada", si la suelo tener en muchos momentos.
Y esos recuerdos que me han llegado de mis fugaces viajes en tren, sola.
Y soltar, soltar...
Un abrazo.