Hace
unos días veía un reportaje en el que entrevistaban a personas
mayores que se encontraban en una residencia de día. La mayoría de
ellas, mujeres casi todas, estaban encantadas con la experiencia.
Juegos, entretenimiento, ejercicios, bailes, peluquería, etc. Así
pasaban el tiempo. Se veía muy ambiente, entre las personas que
acudían y también con el personal del centro. Esto último he de
reconocer que destacaba especialmente. La tónica general era la
placidez, armonía y risas que reinaban en aquel espacio. Y
allí entre tanta vitalidad y alegría, y ganas de vivir, se
encontraba ella.
Ella, una mujer de buena presencia, aunque no disimulaba la edad que tenía, mucha. Arreglada, bien vestida, seria, natural... Estaba sentada, me pareció que tal vez en una silla de ruedas. Cuando la enfocó la cámara estaba a su lado, sonriendo, una de las asistentas... “Yo lo que quiero es morirme ya..., quiero descansar”. Su acompañante le dijo, con una sonrisa, que no debía pensar así, y añadió que estaba muy guapa.
Cuántas
personas se encuentran en la misma situación que esta mujer.
Personas que han llegado ya a un punto personal, el suyo, no se
debería olvidar este dato, en el que sienten que su vida está
llegando a su fin. Personas que han vivido su vida. ¡Vivido! Con
todos sus avatares y circunstancias. Las conocidas por los demás y
las no conocidas más que por ellas mismas. ¡Todo natural!
Personas
que sienten lo que las demás no sienten. Incluidas su familia y
seres queridos. ¡Y qué! Han vivido, y están cansadas. O
simplemente quieren irse ya. Pues de aquí partimos todos. ¿A qué
esperar por valores sentimentales o sociales que ya no están en su
escala? ¿A qué forzar situaciones de vida sin valor ya para quienes
miden las cosas de forma diferente? Para quienes saben... y quieren!
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Tal
vez 85 años, serena, lúcida. Estaba en cama desde hacía una
semana, no se encontraba bien. En la penumbra de la habitación, en
silencio, se encontraban sus tres hijas. Tristes, llorando para sí
cuando abandonaban la estancia. Apenas hablaban... Una mañana en la
que sólo estaba en la habitación una de ellas, le dijo la madre
mientras le cogía de la mano: “Estoy cansada y ya no quiero
seguir. He vivido mi vida y quiero irme... Pero no puedo. Sé que
estáis rezando por mí y ello me retiene aquí. Os quiero. Y os pido
que dejéis de hacerlo”.
Partió
esa misma tarde. En paz. Y en paz quedaron sus hijas.
Hola Carlos,
ResponderEliminarEs cierto...no somos capaces de ver a la "muerte" como otra forma de vida... como una continuación de nuestra existencia en otro plano, y por eso la mayoría de los humanos lo ve como algo malo que se acerca... cuando cambiemos la conciencia realmente ...no habrá mas muerte, solo seguiremos continuando sin darnos cuenta quizás, en otro estado, pero con la misma energía y eso será celebrado y no llorado.
Te dejo un Abrazo!
Es verdad, es verdad ... !!!
ResponderEliminarahi me traigo el recuerdo de mi madre cuando fue su tiempo de partir...
ResponderEliminarella quería irse , pero temía
llegaba a decir que se quería ir con uno de nosotros!!
Es tan complejo esos momentos y hay que saber bien acompañar al moribundo!
saludos.
Que bonito escribes Caarlos.
ResponderEliminarCon mi madre fue algo parecido, aunque tenía Alzheimer ese último día estuvo más consciente, estuve a su lado todo el día, y ella no cerró los ojos jamás, le ofrecí rezar un padre nuestro y me dijo que sí, por la tarde le pregunté si estaba cansada, asintió con la cabeza, y cuando le dije que si quería irse lo hiciera tranquila, se fué absolutamente en paz.
Un cariño enorme.