De
vez en cuando colocaba las manos sobre su vientre que, con siete
meses y medio de embarazo, se hacía notar. Le gustaba esa sensación
de caricias y diálogo que sabía que ella agradecía.
¡Caricias!
Eso que siempre echó en falta a lo largo de su vida. Su madre
falleció cuando contaba 12 años de edad. Y si bien nunca le faltó
el cariño y el contacto de su padre, del resto de la familia y el de
la nueva mujer de éste, siempre sintió la falta de aquellas cálidas
manos que la acariciaron como sólo ella sabía hacer.
Algo
la hizo regresar a la realidad del momento. Volviendo su cabeza
tropezó con aquellos ojos que la observaban. Durante varios segundos
se estuvieron mirando... Curiosidad, y un cierto algo en la mirada de
aquel hombre la hizo estremecer ligeramente. ¿Había calidez en
aquellos ojos, o era ella quien creía percibirla? Acercando la taza
de té a sus labios volvió su mirada hacia la playa...
Una
ventana abierta de la cristalera le permitía verle como si de un
espejo se tratara. Le pareció alto, delgado, pelo negro, aunque
creyó percibir la blancura en sus sienes. Una camiseta veraniega con
estampados de barcas y velas le daba cierto aire juvenil... Dejando
la pluma sobre el cuaderno que parecía estar escribiendo, éste se
levantó y se dirigió hacia la puerta que daba a la terraza. Al
acercarse donde ella estaba y creyéndose no observado, la miró
largamente... Al pasar por su lado hizo un pequeño gesto con su
mano...
Cuando
su amiga Laura llegó, encargaron la comida para media hora más
tarde. Y se fueron a bañar. Si bien sus pequeños senos habían
aumentado de tamaño, ello no le impedía bañarse en top-less.
Incluso, en ocasiones, no llevar sujetador bajo la ropa. Ese día,
uno de ellos.
Comieron
todos a la misma hora. En esta ocasión se colocó de forma que le
tenía enfrente. Sus miradas se encontraron varias veces. La sonrisa
de ella, dentro de la conversación con su amiga, era a su vez una
comunicación con él. Así lo quería! Así lo percibía él!
Le
pilló dos veces, cuando la creía distraída, con la mirada en sus
pechos... Supo que no había connotación sexual en ello. Sí una
gran naturalidad ante su propia naturaleza. Y se sintió bien.
Observó sus largas y finas manos mientras se llevaba la comida a la
boca... Y sintió en su interior más profundo, ese que no compartía
con nadie, que le gustaría sentirlas acariciando su cuerpo...
Tampoco aquí había connotación alguna. Sí un algo que no supo
definir...
Volvieron
a coincidir más días en la misma playa. A veces tumbados en la
arena, otras en el agua. Siempre comiendo en mesas separadas. Más
allá de las miradas no crearon lazos de comunicación. ¡No
verbales! Ella sabía que él leía su alma. Ella se dejaba leer...
Desnudaba ésta como no lo había hecho nunca. Sentía que algo dulce
y entrañable se gestaba en su interior a la par que su hija.
Alta
y delgada, pelo negro y muy corto, le daban ese aire aniñado que
sabía que la identificaba. Treinta y cinco años. Seis de casada.
Quería a su marido. Se enamoró de él al paso del tiempo. Pero
siempre supo que había parcelas de ella que no serían
compartidas...
Si
bien habían alquilado un ático en Santa Eulalia para pasar el
verano, éste, ejecutivo de una empresa, se veía obligado a viajar a
la península dos o tres días por semana. De ahí que comiese sola.
─¡Hola!,
le dijo la dueña del restaurante. ¿Conoce usted a la joven
embarazada que suele sentarse cerca de la cristalera?
─¡Sí,
contestó!
─Ha reservado mesa para los dos. Y nos ha pedido que le
comuniquemos que la espere, que tal vez hoy llegue algo más tarde.
Entrando
por la puerta con sus pantalones cortos y estampados de flores y una
de sus camiseta habituales, corta y desenfada, le sonreía
ampliamente mientras movía en el aire una de sus manos...
Acercándose a la mesa mientras él se levantaba a recibirla, se
presentó:
─Hola, soy María...
─Daniel..., hola, ¿cómo estás?
─¿Sorprendido?...
¡En absoluto!
Comieron
sin dejar de hablar y sonreírse. El café lo tomaron a la sombra en
la terraza. Una ligera brisa templaba el calor del día. Las horas
pasaron sin tiempo. Se conocieron de toda la vida...
Ella
le llevó hasta la ciudad en su coche. Las palabras quedaron en la
playa. Un silencio sin serlo se adueño de sus diálogos. Algo que no
quisieron definir surgía mientras el sol declinaba. Quedaron para la
siguiente semana. Ella no estaría libre hasta entonces. Cuando el
coche arrancó de nuevo se olvidaron de ellos mismos. La vida de cada
uno seguía su curso natural.
En
esta ocasión un blanco vestido ibicenco la cubría. La mesa había
sido reservada de nuevo. Un suave beso en la mejilla de cada uno
abrió el encuentro. La amplia y distendida conversación de mil
temas aderezada con sus sonrisas, carcajadas en ocasiones, llamaba la
atención de otros comensales. ¡Había tanto en aquella pareja! Sin
duda que la curvatura de su cuerpo ayudaba a ello...
Posteriores
encuentros los realizaron en otras playas y calas de la Pitiusa
mayor. Siempre naturales. Risueños, cercanos. Siempre fieles a ese
algo indefinible..., pero cuyos límites aceptaban. Siempre ellos.
¡Integridad!
Un
día le dijo:
─Pienso que daré a luz en la isla. El médico me ha
dicho que me vaya preparando, que podría adelantarse unos días...
Casi me alegro por ello. Por ambas cosas. Porque nazca y porque lo
haga aquí. Quisiera pedirte que estés presente en el parto... Sé
que es posible. Me gustaría mucho... Y lo necesito, amigo mío.
Amigo nuestro...
─¡Ten
por seguro que allí estaré!
La
comadrona, la enfermera, su marido, éste cogiéndola de la mano...
Su cuerpo, desnudo y sudoroso, tendido sobre la cama, en espera...
Una leve sonrisa iluminó su cara cuando sintió las manos de él
cogerla la otra... Por unos minutos permanecieron así. En comunión.
Solos los dos. De hecho se evadieron de la habitación hacia las
playas que compartieron tanto... Metieron sus pies en el agua fresca
y pasearon sobre la arena... Esperando.
De
nuevo en la habitación, la sonrisa se hizo más amplia y su rostro
reflejaba placidez cuando él acarició con su mano libre ambos
pechos. Segundos después daba a luz. En ese instante él abandonó
la habitación.
Se
dirigió hacia donde él estaba, sonriéndolas mientras se levantaba
de la silla... Dejando el cochecito de su hija a un lado, le abrazó
fuertemente y por largo rato. Separando su cara de la suya y
mirándole a los ojos, le besó leve y largamente en la boca... Notó
el estremecimiento de éste y se fundió en el.
Bajando
la capota y cogiendo a su hija en brazos, la puso en los suyos
mientras le decía:
─Se llama Daniela. ¿A qué es guapa?
Puso
en sus manos una pequeña caja de nácar que contenía una nota
manuscrita. La pidió que no la abriese hasta que, al día
siguiente, hubiesen abandonado la isla.