viernes, 31 de julio de 2015

...de vacaciones!


Acaban de irse las tres a pasar una semana de vacaciones a Ondarroa, puerto pesquero y con dos playas a 40 minutos de casa.

Un antiguo edificio de la casa ALFA ha sido habilitado como refugio y restaurante por unos amigos de mi hija. Ubicado a pie de playa, aunque hay que bajar por unas escaleras, les servirá de estancia.

-Nos vamos aitite (abuelo), besos... Naia, la mayor.

-Aitiiite... besitos... Ziara, 4 años, subiéndose a la cama en la que me había tumbado. Muchos besitos...

Y cuando ya se bajó me explicaba moviendo los brazos que mañana no te veo... y el otro mañana y el otro, y el otro, y el otro... Te mandaré un regalo... Y una postal...

Y así de contentas salieron de casa las tres en un día no precisamente veraniego por la lluvia que de vez en cuando ha caído.


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La de los 4 años hace dos noches:

Naia venía a dormir con nosotros. Ella no esa noche. Estaba jugando sentada de espaldas a su madre y hermana mientras la primera le decía a la mayor, coge la bolsa de la basura y baja a tirarla...

Ziara, sin levantar la vista de sus juegos, dice: no sé para que decís tonterías y mentiritas, si ya sé que va a dormir a casa de amama y aitite...

Las otras dos se quedaron pasmadas!! (No se les miente sobre nada, pero la pequeña lo interpretó así)

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jueves, 30 de julio de 2015

...se disfrazaba de campesino.

Los campesinos del Ángelus.
Jean-François Millet, 1857-1859

Más allá del cielo.

Había una vez un rabino que tenía fama de santo. La gente vivía intrigada porque todos los viernes desaparecía sin que nadie supiera a dónde iba.

Dada su bondad y buen nombre, comenzó a correr el rumor de que, en esas ausencias de los viernes, iba a entrevistarse con el Todopoderoso.

Para salir de dudas, encargaron a alguien que siguiera secretamente al rabino y averiguara a dónde iba.

El viernes, el "espía" siguió al rabino a las afueras de la ciudad y hora y media después, cuando sus piernas ya flaqueaban de cansancio porque los pasos del rabino eran muy vigorosos, descubrió que este se disfrazaba de campesino y, así vestido, entraba en un rancho miserable donde se dedicaba a atender a una mujer no creyente que estaba paralítica.

En las horas siguientes, el rabino lavó y planchó la ropa de la enferma, le preparó comida para ese día y para el sábado, limpió la casa, hizo algunos arreglos y cortó leña para alimentar el fuego toda la semana.

Cuando el "espía" regresó a la congregación, todos los miembros de la comunidad le rodearon ansiosos.

-¿A dónde fue el rabino? - le preguntaron-. ¿Le viste subir al cielo?

-No- respondió el "espía"-. Le vi subir mucho más arriba.
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Esta historia, real en sí misma, sucede con mayor frecuencia de lo que podría suponerse. De hecho es la acción más natural que muchos estaríamos dispuestos a realizar.

¿Entonces, qué sucede para que no se haga más ampliamente?

Creo que tiene que ver con el hecho de no comprometerse... demasiado. No ha realizarla una, dos o tres veces. ¡No! Pero sí a institucionalizarla en nuestras vidas.

Hay un fondo en cada uno de nosotros que tiende la mano al de al lado. Pero también hay una prevención a ello. Una pugna constante. A veces gana una, en ocasiones la otra. El problema radica, creo, en nuestra propia falta de seguridad. No nos atrevemos a hacer porque pensamos que después no sabremos cortar una situación que podría desbordarnos. Y por ese miedo, justificado, sin duda, pero a la vez infundado, pues no sabemos si esa situación se daría, no sacamos la mano del bolsillo... No la abrimos.

Y en consecuencia tampoco nosotros recibimos.
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martes, 28 de julio de 2015

...la moda.


Llegó al pueblo mochila al hombro y bajo aquel persistente “calabobos”. Fina lluvia que, sin parecerlo, calaba hasta los huesos. Cuantas veces surgía esta palabra se acordaba de su abuelo. Él fue quien se la enseñó cuando, de niño, llegó a la aldea.

Buscó un lugar donde guarecerse y le pareció haberlo encontrado al descubrir bajo el mismo techo a aquella elegante joven que lo miraba con insistencia. Se volvió a un lado y otro tratando de confirmar que era a él a quien miraba. ¡No había duda! Si bien le extrañó ese interés dada la imagen algo desaliñada que, de seguro, presentaba.

Observó el lugar. No era muy grande aunque sí limpio. Pasaría la noche allí. Resultaba acogedor dadas las inclemencias exteriores. Se acomodó en el banco y, abriendo su mochila, sacó media hogaza de pan que había comprado el día anterior. De otro bolsillo extrajo un paquete que al abrirlo expandió un sugerente olor a salchichón de calidad. La invitó a probarlo... Ella declino con una sonrisa.

Después de cenar se arrellanó en su asiento y, mirándola a los ojos, inició una conversación con ella. Empezó contándole su afición a estas escapadas, ese vagabundear sin destino, tratando de encontrar el suyo, tal vez. Su fracasada relación de pareja... Sus pensamientos, sus anhelos. La filosofía sobre la vida, que los largos silencios del camino le habían ido enseñando. De vez en cuando la interpelaba con sus ojos por ver si se cansaba de tanta palabra. Si bien no resultaba muy habladora, su mirada y su sonrisa le invitaban a seguir.

Y así pasaron los tiempos...

El cansancio empezó a adormecer la conversación. Le dijo que pensaba pasar la noche allí. Preguntándole también si ella lo haría. Una vez más asintió con su sonrisa. Se alegró. En principio no supo como interpretarla... ¿Dormiría con él? Tampoco estaba claro. Aún así se alegro de su presencia.

El sueño venció los pensamientos...

Creyó notar en la madrugada la tibieza de su cuerpo acurrucándose junto a él... No estaba seguro, tampoco quiso concretarlo demasiado. Volvió a dormirse con esa agradable sensación.

La mañana siguiente los encontró bajo el mismo techo. Desperezándose y con una sonrisa le dio los buenos días... Ella ya estaba vestida y le correspondió con la suya. Mientras desayunaba le hizo saber que no tardaría en emprender la marcha. La preguntó que sí quería acompañarle. Declinó la invitación con la suave y sempiterna sonrisa...

Cuando pasó el autobús por la parada en la que habían dormido, él, ya con la mochila preparada se subió. Mientras éste iniciaba la marcha la volvió a mirar despidiéndose con la mano... Ella le miraba también... sonriendo. ¡No la olvidaría fácilmente!

Lo que no entendía muy bien eran aquellas letras que, tras ella, habían presidido todo el encuentro:

“Tu moda de verano en El Corte Inglés”.

jueves, 23 de julio de 2015

La buena intención...

1954, seis años. Escuela de monjas... de aquellos años. El olor a las gomas de borrar, lápices, recortables, cuyas figuras teníamos que dibujar. La clase, la monja. La recuerdo hoy, la estoy viendo sentada haciendo ganchillo mientras los niños estábamos sentados en bancos corridos a ambos lados. Me intrigaba que, sin mirarme, conociese mis movimientos... ¡Santa inocencia!

Con la mejor intención y en los tiempos que corrían, una mañana la relogiosa nos contó lo siguiente: “Si en alguna ocasión vais por la calle”, por calle hay que entender que, quien más quien menos, recorríamos un largo trecho por el campo para llegar a la escuela, “y un hombre subido en un carro os pregunta que si queréis subir, no lo hagáis, pues es el diablo”. ¡Tal cuál me quedé!

Salimos de clase y emprendí el camino de vuelta a casa. A mitad de trayecto un hombre mayor, enjuto, subido en su carro se para a mi lado y me pregunta por una dirección. Se la indico. A continuación el hombre me pregunta que si voy hacia allí y quiero subir al carro. ¡Para qué más!

Media vuelta corriendo como un loco hacía la escuela, aporreando la puerta y llorando hasta que abrieron... ¡el diablo quiere llevarme, el diablo quiere llevarme!

Mirando por los cristales de la clase el aguacero que caía, permanecí en compañía de la monja hasta que mi padre vino a buscarme. Supe entonces y desde entonces lo que era el miedo.

El “diablo”, todo apurado, llegó detrás de mí al convento a explicar lo que había sucedido... Susto para mí, susto para aquel hombre, que de seguro no volvió a invitar a nadie a subir al carro. Y, ¿lección para la monja? A nivel personal puede. A nivel de comunidad religiosa, ¡daños colaterales! Es mejor crear una infancia/sociedad temerosa, que éstas se salgan de los cánones establecidos. 

Bienintencionado era el mono que sacó al pez del agua, y lo puso sobre una rama, para evitar que se ahogase con la crecida del río. (Cuento de sabiduría). Y es que si de algo carecen en su mayoría los bienintencionados es de eso precisamente, de sabiduría. Van por la vida repartiendo pareceres y ayudando a otros, cuando la realidad es que lo único que hacen es expandir sus propias creencias, miedos, limitaciones, ignorancias, cuando no intereses personales, de grupo o instituciones.

Anoche mi nieta Naia, 11 años, bajó a tirar la bolsa de basura de su casa mientras se dirigía a la mía, 20m, pues íbamos a dar el paseo por el valle que damos estos días. Cuando subió nos comentó, riendo y tan tranquila, que una mujer le había preguntado sonriendo, ¿no tienes miedo, niña? A lo que ella le contestó que no!

¿Qué razón pudo tener aquella mujer para preguntar semejante cosa? La ignorancia lo primero, la razón principal de la condición humana. La expansión de su propio miedo. Muchas personas se sienten mejor, inconscientemente, si a su alrededor los demás se miden a la baja en relación a ellos, en vez de fomentar el crecimiento, la seguridad, la libertad y el saber.
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El monstruo del río.

El sacerdote de la aldea era distraído en sus oraciones por los niños que jugaban junto a su ventana. Para librarse de ellos, les gritó: ¡Hay un terrible monstruo río a bajo. Id corriendo allá y podréis ver como echa fuego por la nariz!

Al poco tiempo, todo el mundo en la aldea había oído hablar de la monstruosa aparición y corría hacia el río. Cuando el sacerdote lo vio, se unió a la muchedumbre. Mientras se dirigía resollando hacia el río que se encontraba cuatro millas más abajo, iba pensando: 
La verdad es que yo he inventado la historia. Pero quién sabe si será cierta.
Antonny de Mello
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Es mucho más fácil creer en los dioses que hemos creado si somos capaces de convencer a los demás de su existencia.

jueves, 16 de julio de 2015

Árboles.


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Los árboles han sido siempre para mí los predicadores más eficaces. Los respeto cuando viven entre pueblos y familias, en bosques y florestas. Y todavía los respeto más cuando están aislados. Son los solitarios. No como ermitaños que se han aislado a causa de alguna debilidad, sino como hombres grandes en su soledad...

Los árboles son santuarios. Quien sabe hablar con ellos, quien sabe escucharles , aprende la verdad. No predican doctrinas y recetas, predican, indiferentes al detalle, la ley primitiva de la vida.

Un árbol dice: Mi fuerza es la confianza. No sé nada de mis padres, no sé nada de los miles de retoños que todos los años provienen de mi. Vivo, hasta el fin, el secreto de mi semilla, no tengo otra preocupación. Confío en que Dios está en mí. Confío en que mi tarea es sagrada. Y vivo de esta confianza.

El ansia de vagabundear me acelera el corazón cuando oigo al atardecer el susurro de los árboles. Si se escucha durante largo rato y con la quietud suficiente, se aprende también la esencia y el sentido de esta necesidad del caminante. No es, como parece, una huida del sufrimiento. Es nostalgia de la patria, del recuerdo de la madre, de nuevas parábolas de la vida. Conduce al hogar .

Quien ha aprendido a escuchar a los árboles, ya no desea ser un árbol. No desea ser más que lo que es. Esto es la patria. Esto es la felicidad.

Hermann Hesse.
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Los árboles son poemas que la tierra escribe en el cielo. 
Los cortamos y los convertimos en papel, para poder dejar constancia de nuestro vacío".

Kahlil Gibran.
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martes, 7 de julio de 2015

♪ ♫ El patio de mi casa es particular♫ ♪ ...



♪ ♫ El patio de mi casa es particular♫ ♪ ...

… ♫ ♪ Cuando llueve se moja como los demás ♪ ♫ ...

♪ ♫ Agáchate y vuélvete a agachar que los agachaditos saben bailar♫ ♪ ...

♫ ♪ H, I, J, K, L, LL, Ñ, A ♪ ♫ ...

♪ ♫ Que si tú no me quieres otra niña me querrá ♫ ♪ ...

♫ ♪ Chocolaaaate, moliniiiillo, corre coooorre, que te piiiillo ♪ ♫ ...

♪ ♫ Correrás correrás pero no me pillarás♫ ♪ ...

Así cantaban las dos niñas, de unos 7 y 10 años, sentadas delante de él en el autobús que les llevaba a Sanxenxo. Había aceptado la invitación de un matrimonio amigo de pasar dos semanas con ellos.

Recordó haber cantado esa canción de niño. Un pensamiento cruzó su mente y se vio en aquellos años. Corría tras un aro guiado por una horquilla por las viejas y entrañables calles de la ciudad que le acogió.

Por un instante pensó en cuales serían sus pensamientos de entonces respecto al mundo, la vida, las cosas. Si es que había tales pensamientos. Determinó que sí. Que los había. ¡Y de cierta profundidad! Inherentes a la condición de niño. Pues los niños piensan, sienten y actúan desde una realidad que, de adultos, parece perderse...

En esos instantes cayó en la cuenta de que si bien él la habría perdido también, y se hizo consciente de ello, el momento en el que se encontraba en su vida parecía llevarle de vuelta a esa realidad olvidada.

Y comprendió que la vida es como un tiovivo. De niños, caballitos de ilusión, inertes, dando vueltas sobre un eje. Risas y despreocupación. De adultos, el mismo tiovivo (¿has visto como gira, va, el mundo?), los mismos caballitos en los que ya no nos montamos. ¡No es serio. Estamos ocupados. Tenemos responsabilidades! De mayor, la música del tiovivo del ayer vuelve a sonar en nuestros oídos... Y como si del flautista de Amelín se tratará iniciamos la vuelta atrás. Hacia la cordura, la despreocupación, la sabiduría del niño.

Y se vio en casa de sus abuelos, niño y mayores, sin el paréntesis de la adultez, y entendió que si bien todos, Todo, es uno, hay etapas en la vida. Y la del medio no es precisamente la más brillante.

sábado, 4 de julio de 2015

¡Ten por seguro que allí estaré!


Había quedado con su amiga a comer en la cafetería de la playa al otro lado de la isla. Llegó cerca de dos hora antes. Buscando un buen lugar para sentarse, no reparó en el hombre que, al fondo de la sala, la miraba con interés... Se sentó de cara al exterior viendo romper las olas sobre la arena. A esas horas de media mañana no era mucha la gente que la frecuentaba. Pidió un té... Y se ensimismó en sus cosas.

De vez en cuando colocaba las manos sobre su vientre que, con siete meses y medio de embarazo, se hacía notar. Le gustaba esa sensación de caricias y diálogo que sabía que ella agradecía.

¡Caricias! Eso que siempre echó en falta a lo largo de su vida. Su madre falleció cuando contaba 12 años de edad. Y si bien nunca le faltó el cariño y el contacto de su padre, del resto de la familia y el de la nueva mujer de éste, siempre sintió la falta de aquellas cálidas manos que la acariciaron como sólo ella sabía hacer.

Algo la hizo regresar a la realidad del momento. Volviendo su cabeza tropezó con aquellos ojos que la observaban. Durante varios segundos se estuvieron mirando... Curiosidad, y un cierto algo en la mirada de aquel hombre la hizo estremecer ligeramente. ¿Había calidez en aquellos ojos, o era ella quien creía percibirla? Acercando la taza de té a sus labios volvió su mirada hacia la playa...

Una ventana abierta de la cristalera le permitía verle como si de un espejo se tratara. Le pareció alto, delgado, pelo negro, aunque creyó percibir la blancura en sus sienes. Una camiseta veraniega con estampados de barcas y velas le daba cierto aire juvenil... Dejando la pluma sobre el cuaderno que parecía estar escribiendo, éste se levantó y se dirigió hacia la puerta que daba a la terraza. Al acercarse donde ella estaba y creyéndose no observado, la miró largamente... Al pasar por su lado hizo un pequeño gesto con su mano...

Cuando su amiga Laura llegó, encargaron la comida para media hora más tarde. Y se fueron a bañar. Si bien sus pequeños senos habían aumentado de tamaño, ello no le impedía bañarse en top-less. Incluso, en ocasiones, no llevar sujetador bajo la ropa. Ese día, uno de ellos.

Comieron todos a la misma hora. En esta ocasión se colocó de forma que le tenía enfrente. Sus miradas se encontraron varias veces. La sonrisa de ella, dentro de la conversación con su amiga, era a su vez una comunicación con él. Así lo quería! Así lo percibía él!

Le pilló dos veces, cuando la creía distraída, con la mirada en sus pechos... Supo que no había connotación sexual en ello. Sí una gran naturalidad ante su propia naturaleza. Y se sintió bien. Observó sus largas y finas manos mientras se llevaba la comida a la boca... Y sintió en su interior más profundo, ese que no compartía con nadie, que le gustaría sentirlas acariciando su cuerpo... Tampoco aquí había connotación alguna. Sí un algo que no supo definir...

Volvieron a coincidir más días en la misma playa. A veces tumbados en la arena, otras en el agua. Siempre comiendo en mesas separadas. Más allá de las miradas no crearon lazos de comunicación. ¡No verbales! Ella sabía que él leía su alma. Ella se dejaba leer... Desnudaba ésta como no lo había hecho nunca. Sentía que algo dulce y entrañable se gestaba en su interior a la par que su hija.

Alta y delgada, pelo negro y muy corto, le daban ese aire aniñado que sabía que la identificaba. Treinta y cinco años. Seis de casada. Quería a su marido. Se enamoró de él al paso del tiempo. Pero siempre supo que había parcelas de ella que no serían compartidas...

Si bien habían alquilado un ático en Santa Eulalia para pasar el verano, éste, ejecutivo de una empresa, se veía obligado a viajar a la península dos o tres días por semana. De ahí que comiese sola.

─¡Hola!, le dijo la dueña del restaurante. ¿Conoce usted a la joven embarazada que suele sentarse cerca de la cristalera? 
─¡Sí, contestó! 
─Ha reservado mesa para los dos. Y nos ha pedido que le comuniquemos que la espere, que tal vez hoy llegue algo más tarde.

Entrando por la puerta con sus pantalones cortos y estampados de flores y una de sus camiseta habituales, corta y desenfada, le sonreía ampliamente mientras movía en el aire una de sus manos... Acercándose a la mesa mientras él se levantaba a recibirla, se presentó:

─Hola, soy María... 
─Daniel..., hola, ¿cómo estás?
─¿Sorprendido?... ¡En absoluto!

Comieron sin dejar de hablar y sonreírse. El café lo tomaron a la sombra en la terraza. Una ligera brisa templaba el calor del día. Las horas pasaron sin tiempo. Se conocieron de toda la vida...

Ella le llevó hasta la ciudad en su coche. Las palabras quedaron en la playa. Un silencio sin serlo se adueño de sus diálogos. Algo que no quisieron definir surgía mientras el sol declinaba. Quedaron para la siguiente semana. Ella no estaría libre hasta entonces. Cuando el coche arrancó de nuevo se olvidaron de ellos mismos. La vida de cada uno seguía su curso natural.

En esta ocasión un blanco vestido ibicenco la cubría. La mesa había sido reservada de nuevo. Un suave beso en la mejilla de cada uno abrió el encuentro. La amplia y distendida conversación de mil temas aderezada con sus sonrisas, carcajadas en ocasiones, llamaba la atención de otros comensales. ¡Había tanto en aquella pareja! Sin duda que la curvatura de su cuerpo ayudaba a ello...

Posteriores encuentros los realizaron en otras playas y calas de la Pitiusa mayor. Siempre naturales. Risueños, cercanos. Siempre fieles a ese algo indefinible..., pero cuyos límites aceptaban. Siempre ellos. ¡Integridad!

Un día le dijo:

─Pienso que daré a luz en la isla. El médico me ha dicho que me vaya preparando, que podría adelantarse unos días... Casi me alegro por ello. Por ambas cosas. Porque nazca y porque lo haga aquí. Quisiera pedirte que estés presente en el parto... Sé que es posible. Me gustaría mucho... Y lo necesito, amigo mío. Amigo nuestro...
─¡Ten por seguro que allí estaré!

La comadrona, la enfermera, su marido, éste cogiéndola de la mano... Su cuerpo, desnudo y sudoroso, tendido sobre la cama, en espera... Una leve sonrisa iluminó su cara cuando sintió las manos de él cogerla la otra... Por unos minutos permanecieron así. En comunión. Solos los dos. De hecho se evadieron de la habitación hacia las playas que compartieron tanto... Metieron sus pies en el agua fresca y pasearon sobre la arena... Esperando.

De nuevo en la habitación, la sonrisa se hizo más amplia y su rostro reflejaba placidez cuando él acarició con su mano libre ambos pechos. Segundos después daba a luz. En ese instante él abandonó la habitación.

Se dirigió hacia donde él estaba, sonriéndolas mientras se levantaba de la silla... Dejando el cochecito de su hija a un lado, le abrazó fuertemente y por largo rato. Separando su cara de la suya y mirándole a los ojos, le besó leve y largamente en la boca... Notó el estremecimiento de éste y se fundió en el.

Bajando la capota y cogiendo a su hija en brazos, la puso en los suyos mientras le decía:

─Se llama Daniela. ¿A qué es guapa?

Puso en sus manos una pequeña caja de nácar que contenía una nota manuscrita. La pidió que no la abriese hasta que, al día siguiente, hubiesen abandonado la isla.



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“Aunque estemos separados
creceremos juntos.
Y nos volveremos a encontrar
cuando el rocío de un nuevo día
humedezca nuestras almas
y cuando volvamos
a tomar un nuevo cuerpo
para ser uno dentro del
Gran Círculo.”
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Esta cita corresponde al libro de Chao-Hsiu-Chen.
El Maestro.