sábado, 30 de mayo de 2015

La tarde...


La tarde declina...

El silencio se hace presente en el valle...

Los últimos y dorados rayos de sol enciende de rojo las cumbres de Anboto y Udalaitz...

El río de la vida fluye sereno. Los petirrojos en la umbría del bosque y el mirlo desde lo alto de la iglesia despiden el día. Venus marca la incipiente noche que nos acompaña. El cuarto creciente de la luna guía a la pareja que, cogidos de la mano, se adentra en el valle por el camino verde...


“Hoy he vuelto a pasar... por aquel camino verde... que en el valle se pierde... y es mi dulce soledad... Hoy he vuelto a pasar por la puerta de la ermita... he subido a la colina y allí me he puesto a cantar...”.

(Canción enseñada por mi abuelo en Noia en 1956)

miércoles, 20 de mayo de 2015

Sólo por hoy vuelves a la vida...


...en el recuerdo que me permito de ti.

En el devenir de nuestras vidas, de una de ellas, coincidimos en la antiquísima villa de Noia, bañada por la ría del mismo nombre. Compartimos casa, mesa y alcoba. Fue una estancia feliz para ambos.

Te recuerdo. Te veo hoy como si te tuviese delante. Joven, ¿33 años?, muy posiblemente. Guapa, muy guapa. Ese pelo negro y ondulado que te caía sobre los hombros. El óvalo de tu cara. La sonrisa a flor de piel. Tus dientes blancos y bien cuidados (come una manzana al día y tendrás los dientes limpios, solías decirme). Esa figura menuda, no eras muy alta, pero sí bien formada. Recuerdo ese dato de cuando te vestías de tiros largos, la mayor parte de los días, y salías de paseo por la alameda. O las entrañables calles viejas llenas de comercios, gentes, colorido y alegría. Así quedaste grabada en mí para siempre...

Vivencias mil... Nuestra estancia ocasional en la otra casa. Propiedad vuestra, tuya y de tu marido. Que no compartíais por haber ido, él, a hacer fortuna al otro lado del Atlántico.

Lolitiña, te llamaba en sus cartas de amor que nunca me dejaste leer... Si bien más de una vez, riendo ambos, corriste detrás de mí al haber conseguido cogerte una... Queridísima Lolitiña... Y otros términos parecidos que dibujaban esa media sonrisa en tu cara mientras las leías en la alcoba... de ambos.

Recuerdo tus manos siempre... Nadie ha vuelto a acariciarme como lo hiciste tú. ¡Nadie!. Tumbado en la cama pasabas tus manos por mi espalda una y otra vez. Interminable sesión de cariño y entrega.

¡Así te recuerdo hoy. Así eras ayer!

Tus padres en la alcoba de al lado. Apenas una sencilla puerta acristalada nos separaba de ellos. Cómplices silenciosos. Nunca se opusieron a nada. De hecho fueron sus manos de carpintero quienes construyeron la cama.

Finalizado el encuentro de nuestros cuerpos te girabas, y en un natural gesto empezabas a desvestirte... una, dos, tres prendas. Hasta quedar desnuda a excepción de tu braga blanca. Nunca vi más allá de tu espalda... Y eso que la curiosidad de mis ocho años no te quitaba ojo.

Sólo por hoy, mi querida tía Lolita, vuelves a compartir conmigo momentos de un ayer querido.

viernes, 15 de mayo de 2015

Días "desapacibles"...


Me encantan estos días en los que el clima da un giro de 180º. De tener un sol brillante y días de playa, a pasar a mañanas como la de hoy. En que el gris, el xirimiri (fina e imperceptible lluvia que acaba calándote), el fuerte viento y el frío de nuevo convierte a éstas en “desapacibles”.

Los tréboles rojos de la terraza no han desplegado sus hojas todavía, y las múltiples florecillas lilas que los coronan permanecen cerradas y cabizbajas ¿“Tristes”?... ¡En absoluto!. No hay tristeza en la naturaleza. No hay tristeza en lo natural.

El suceder natural de la vida... sucede.

Cierto que observo todo esto tras los cristales de la ventana. No en la parada del autobús bajo un paraguas. Pero es que éste es el momento en el que me encuentro. ¡Aquí y ahora!. No cabría, pues, añorar días que no están o momentos que no son.

Los nogales, hoy, mecen sus ramas al son del ulular del viento. Los castaños, las magnolias, la palmera, todo hoy danza en compañía de las múltiples gotas de agua que riegan la tierra.

Y el día es perfecto.

sábado, 9 de mayo de 2015

¿Qué “yo”, qué ego, qué personalidad?...

Llevaba unos días enfrentado con la impronta de ella... Algo había sucedido que les mantenía enrocados en la fortaleza de cada uno. No era la primera vez. Se diría que la frecuencia iba en aumento según pasaban los años.

De los abrazos, los besos y los te quiero de un ayer no tan lejano, se había pasado a una relación normal... En la que si bien seguía vigente el cariño de padre e hija, éste se veía velado por la impronta... de ambos.

(Impronta personal: característica personal que se refleja en acciones, obras, trabajos, o en otras personas)

No se sentían cómodos en esa situación pero, la situación continuaba. Una palabra, un gesto, una expectativa de uno hacia el otro, no cubierta, bastaba para desencadenar un nuevo periodo de alejamiento, silencio, sequedad y aparente indiferencia... Un pequeño infierno. En el que el entorno familiar se veía involucrado.

Ayer, de camino a su trabajo, le vino un pensamiento. Que tomó, no sólo con interés sino con gran determinación... ¿Cuál es, realmente, la razón de todo esto?

¡Concluyó al instante que todo se debía a él mismo!. ¡Su personalidad, su “yo”, su ego, se sentía amenazado!

Y comprendió de inmediato que todos los desencuentros, enfados, enfrentamientos, sean de la índole que sean, proceden únicamente de este aspecto. ¡El miedo al otro!

Miedo... al otro.

Y algo empezó a clarificarse en él. Algo que ya sabía, sí, pero que nunca vio con tanta nitidez.

¿“Yo”, ego, personalidad?. ¿Qué “yo”, qué ego, qué personalidad?... Y notó como esa carga emocional que sustentaba se diluía. Notó como la “importancia” del problema desaparecía. Y constató que ello era debido a la desaparición de su propio “yo”, ego, personalidad.

Al diluirse la ola que creía ser en el Océano inmutable, ¡que supo que era!, vio desaparecer también todas las demás olas. Empezando por la que representaba a su propia hija. Y el mar embravecido de los sentimientos enfrentados, deseados unos, rechazados otros, el caldo de cultivo de lo que se conoce por “la vida es así”, amainó.

Y la calma se instaló en su corazón.