Así como después del verano, bullicioso, llega el otoño, tranquilo y silencioso, donde las cosechas son recogidas y almacenadas. Cesa el trabajo. Las hojas de los árboles, que tuvieron su esplendor y su razón de ser, se desprenden, secas, para que el proceso continúe, así también este espacio hace hueco al silencio.
¡Silencio! Que no aislamiento. Y menos despedida de nada o nadie. Sencillamente
silencio.
No
obstante, no me resisto a unas últimas palabras en relación a la
entrada anterior. La plegaria.
Podría
decirse que el rasgo más señalado, en la mayoría de los
comentarios, ha sido ese halo poético, bonito e intangible
que las palabras “yo no morí” deja. Y si bien se ha hecho eco
también del resto, en su belleza lingüística, creo que pocos
hemos/han percibido la verdadera esencia de la plegaria.
El
resto de las palabras llevan el sentido de que “quien no está ahí”
es realmente todo eso...
Vientos
soplando.
Diamante.
Luz
sobre el grano. Lluvia, mañana.
Bandada
de pájaros. Estrellas.
*
Por
eso, no te acerques a mi tumba sollozando.
No
estoy allí. Yo no morí.
Y
puesto que ahí no hay nadie, hoy. ¡Tampoco nosotros estaremos
mañana! Cabría deducir que todos somos ya eso que señala. Es
decir, Todo. Lo que nunca muere. Nuestra esencia única. ¡Más
todavía! No es nuestra... ¡ELLA es nosotros!
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Gracias a todos los que habéis transitado este tramo del camino conmigo. Un fuerte abrazo.
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Yo te saludo con cariño ...abrazos
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