Si bien el tiempo parece retroceder en la memoria, no hay un solo atisbo de nostalgia en el relato. Son, sencillamente, palabras engarzadas. |
Cansado de andar,
entró en el bar de la plaza que bajo los soportales de madera daban
un respiro al sol del mediodía. Saldaña, 1981.
El
frescor que le acarició la cara al cruzar la puerta más un cierto
aroma que percibió a cosas antiguas, entrañables, le trasladó a un
pasado que, 60 años después, todavía le embargaba: la bodega «La
Rosa», Noia, su abuelo tomando un pequeño porrón de vino tinto
sentado en un banco de madera en la penumbra del lugar…
Dejó
la mochila en un rincón y se dirigió al mostrador. Una mujer que no tendría 45 años le esperaba mirándole a la cara… Recogiéndo la
jarra de cerveza fría y espumosa se sentó en una mesa de mármol
cerca de la ventana. Había poca gente en el establecimiento. Tal vez
era la hora de comer.
El
sonido de la puerta al abrirse le hizo volver la cabeza. Un hombre
joven y risueño cruzó el dintel saludando con la mano a la mujer y
perdiéndose por una puerta de batientes del fondo. Le pareció que
podría ser la cocina al percibir algunos sonidos de platos y
cazuelas… Y una vez más el recuerdo retrocedió en el tiempo hasta
la pequeña cocina de su abuela donde ésta preparaba, no con la
frecuencia que a él le hubiese gustado entonces, las deliciosas
filloas gallegas. Nunca más las comió iguales.
Notó
que alguien se acercaba por su espalda y se volvió. Una joven de
pelo corto y algo rizado y que vestía vaqueros y blusa blanca le
preguntó sonriéndole:
─¿Te
apetece comer?
─Sorprendido
por la pregunta, pues no veía a nadie más comiendo ni pensaba que
diesen de comer, respondió que no le importaría…
─Ven,
le dijo la joven dirigiéndose a la puerta de batientes.
Recogió
la mochila y la siguió no sin cierta extrañeza… Al cruzar la
puerta, un aroma de buena comida aderezada con especias salió a su
encuentro. Una larga mesa cubierta con un mantel de hule de pequeñas flores
amarillas, al fondo de la estancia, albergaba a varias personas.
Reconoció al joven que vio entrar, quien le sonreía invitándole a
acercarse, una mujer mayor sentada en la cabecera le hizo señas
también, completaban el grupo un hombre de mediana edad y dos niños.
Le hicieron sitio en uno de los bancos corridos y se sentó cerca de
la mujer que parecía ser la abuela.
Un
plato de pasta y unos filetes de carne templaron su cuerpo. Un postre
recién hecho parecido a las natillas cerró el menú.
El
joven risueño resultó ser el cura del pueblo, quien tenía sitio
reservado en aquella mesa. La mujer mayor era la abuela de la
joven y de los dos pequeños, y madre de la mujer del mostrador. Ella
y su marido, fallecido hacía años, habían abierto aquel
establecimiento al poco de casarse. La razón de que estuviese
compartiendo mesa con aquellas gentes era porque la abuela le había
visto al entrar… Y no era la primera vez que invitaba a comer a los
caminantes de mochila.
Una
larga sobremesa le permitió conocer a aquellas personas y darse él
también. A media tarde abandonaban él y el cura el establecimiento
dirigiéndose a la casa parroquial. Allí pasaría la noche. Al día
siguiente ambos fueron a desayunar donde ya les habían cogido la
palabra el día anterior.
─¿No
vais a venir a cenar esta noche? ─les preguntaron antes de salir─.
─Cenaremos
fuera, ─respondió el cura─, quiero enseñarle el pueblo y que
conozca algunas personas…
Desayunaron
en la cocina. Las humeantes rebanadas de pan blanco y redondo se
acababan de tostar sobre la plancha cuando entraron. Dos grandes
tazas decoradas con unos finos juncos verdes acogieron el café con
leche. Una bandeja de bollos caseros y recién hechos esperaban en la
mesa. Unas flores rojas junto a otras amarillas completaba el cuadro…
Bueno, la sonrisa de la joven que ayer lo invitara a comer, esta
mañana lucía especial.
─¡Caramba
María!… ¿Qué celebramos hoy? ─preguntó el cura sin darse
cuenta de la sonrojez que estas palabras produjeron en ella…
Año
y medio después, Carmena, que así se llamaba la abuela, celebraba
la llegada de su primera bisnieta. Carmena le pusieron!
(En Julio cumplirá sus 34 años)
Me encanta el relato, aunque he estado tratando de sacar entre líneas algo que me diera una pista, ya que todo lo que escribes tiene algún pensamiento de esos profundos tuyos, pero no he encontrada nada de eso, si acaso, esa invitación sin más, demostrando las buenas personas que hay por el mundo…
ResponderEliminarEl final no lo entendí muy bien, aunque podía sacar alguna conclusión pero seguro que ninguna acertada. Ahora, lo has detallado tan bien!, que hasta he olido y visualizado las tazas de café y todo lo demás.
Me encanta la acuarela que has puesto.
Un abrazo Ernesto.
felicidades a Carmena , aunque aún no sea su cumpleaños.
ResponderEliminarY hablas de Saldaña, si es que de Palencia siempre vienen noticias buenas :)
un abrazo Ernesto, y el relato precioso
Un buen relato.
ResponderEliminarUn abrazo. Feliz fin de semana.
Como siempre,abres tu ventana a los relatos de esas pequeñas cosas que conforman nuestra vida, pero,desde tu óptica, cobran una dimensión diferente, se hacen más grandes.
ResponderEliminarPequeñas historias de vida, gracias por compartirlas, Ernesto, no hay mejor lectura que el diario vivir, un abrazo!
ResponderEliminarSin nostalgia pero en el recuerdo, como las vivencias que de una manera u otra van marcando nuestro existir. Un entretenido relato de alguien que sabe y le gusta escribir. Un abrazo Ernesto.
ResponderEliminarEn nuestra vida, pasamos por muchas situaciones, y nos enfrentamos a muchos escenarios. Interesante relato.
ResponderEliminarErnesto, un abrazo.
Vaaaaya, qué historia tan preciosa! por un segundo pensé que estabas en Madrid y la entrada iba a ir de la alcaldesa Carmena jaja muchísimo mejor esta abuelita y su nieta… delicioso que en el mundo siga habiendo gente que comparte su mesa y su pan con los que se encuentran casualmente, mi abuela era igual…verás, yo me llamo María por ella, ella murió en Marzo, yo nací en abril, siempre me han contado que a su mesa se sentaba todo el mundo, nadie necesitaba invitación .. solo hacía falta tener hambre y ella feliz de servir su deliciosa comida a todo el mundo, además a la hora que fuera ... creo que mis primos abusaban muchísimo de ella jaja podía dar la comida a alguien a la hora de merendar y de desayunar a la hora de comer a otro jaja todo el mundo la adoraba, seguro que como a tu deliciosa Carmena. Gracias, me ha encantado esta historia tuya.
ResponderEliminarOtro beso grandote !
Estas historias llenan un buen rato de lectura, por ser amenas en si.
ResponderEliminarQue tengas un feliz domingo.
ResponderEliminarun bello relato Ernesto, que lindo es ver que hay gente generosa que recibe al caminante y le brinda su mano y su mesa.
mariarosa
ResponderEliminarAsí, como quien no quiere la cosa y de la forma más natural, con " palabras engarzadas" se va engarzando la vida...
Conozco bien esos soportales. Qué bonita acuarela!.
Un abrazo Ernesto.
ResponderEliminarEste relato tiene un toque especial de entrañable naturalidad. No estará basado en un hecho real?.
Abrazo, Ernesto
Bonito relato en el que se han engarzado las palabras y las vidas he podido imaginar los aromas y las delicosas viandas en la mesa.
ResponderEliminarExcelente como todo lo que nos compartes.
Abrazos.
Un relato bien trenzado del que sospecho por la forma de contar ese final final que tiene mucho que ver con el autor.
ResponderEliminarYo también me fui a Madrid antes de empezar a leer..:)Pero resulta muy saludable sustituir la complicada política por la sencillez de la vida cotidiana.
Un abrazo
Curioso relato Ernesto, muy bellamente escrito; quizás la dulce visita del viajero cambió sus destinos...
ResponderEliminarY muy hermosa melodía:)
Un beso
¡Oh, qué bonito, Ernesto! Estaría bien que fuera real.
ResponderEliminarUn abrazo gordo
Aquí celebrando tus bonitos relatos ...siempre con alma.
ResponderEliminargracias por tu visita ,es un placer para mi ser tu amiga
Abrazos
Un relato hermoso que tiene tanta naturalidad que parece real como la vida misma.
ResponderEliminarY nos emocionamos cuando la vida fluye de esta manera. Para que nos vamos a engañar. Nos gustan los finales felices. Y éste lo es.
Un beso, Ernesto.
Ah, y en cuanto a tu comentario sobre la educación de los niños, no me siento aludida en lo que dices, tanto a mis hijos como a mi nieta los he "educado" para que se sientan libres, sean empáticos e intenten ser felices siempre.
Siempre pienso qué a pesar de todo hay personas buenas en el mundo y quiero seguir pensando así, éste hermoso relato trae eso, es de agradecer el pensamiento positivo qué siempre muestras, bellamente engarzado. :)
ResponderEliminarMuxus, mi querido amigo, Ernesto.
Bonita historia y afortunados somos porque hay tantas personas generosas que comparten sus mesas con desconocidos.
ResponderEliminarSaludos
Vengo a saludarte y este relato es muy bonito ya creo que te lo dije...tienes preciosa música ...abrazos
ResponderEliminarhola Ernesto, has visto? de nuevo en tu casa ya que me perdí unas cuantas cosas que miré de refilón, me vas a echar por okupa...
ResponderEliminarno sé, pero me parece que esa María gallega del bar ya apareció de protagonista en otro de tus bellos relatos, no-nostálgicos, sí entrañables, que huelen a campo de aldea...
a propósito, mi abuela hacía unas filloas llenas de puntillas magníficas y también mi madre, en sartén de hierro untada con tocino 😊,
en tus historias suele haber mujeres encantadoras, un final amoroso y un cura, será que en Galicia en otros tiempos había muchos; meigas también y aún ahora...
abrazo!
hasta la próxima, buen domingo!🐦
Hola Ernesto, un estupendo relato que nos pone de cara las diversas situaciones a las que nos enfrentamos. Me quedo aquí, me encanta tu blog.
ResponderEliminarDesde Sevilla, saludos cordiales.