La
pequeña aldea de montaña le acogió con agrado aquella soleada
mañana en que se bajó del tren con su mochila al hombro... El
silbato del jefe de estación dando la salida fue respondido por el
largo pitido del maquinista, quien asomado por la ventanilla sonreía
agitando la mano.
─La
vida no se detiene, cual tren hacia su destino…, ─pensó
mientras dirigía sus pasos hacia el viejo edificio.
Poco
después, sentado en un banco de piedra en el parque, saboreaba unas
cerezas que, le habían asegurado, habían sido cogidas del árbol
esa misma tarde. Desde luego el sabor no era el de la ciudad. Y supo
que de ahí en adelante, mientras permaneciese en la comarca, todo
sería natural…
Dos
niños y una niña jugaban descalzos sobre la yerba imaginando viajes interestelares. Dos mujeres jóvenes, sus madres posiblemente, charlaban sentadas
enfrente. La vieja fuente de verdinosa piedra cantaba monótona la
canción del otoño. Un mirlo negro con su pico amarillo le observaba
desde un arbusto a su derecha… Le lanzó una cereza al suelo y el
pájaro bajó como una centella. Con ella en el pico se perdió entre
la umbría.
La
falda de una de las dos mujeres dejaba ver parte de sus piernas… No
queriendo mirar, por no parecer un “mirón”, su vista volvía,
fugaz, una y otra vez hacia aquella imagen que, desprovista de toda
connotación sexual, era como una invitación a la comunión de sus
almas… A una proximidad, a una conversación íntima, a algo ya
vivido que volvía hoy al presente con el sabor de un ayer
compartido… ¡Y la reconoció!
Al
sentirse observada se dio cuenta de la situación, le miró sin dejar
de hablar con su amiga y, dibujando una imperceptible sonrisa, cambió
de posición. El mirlo volvió a aparecer… Dos de los pequeños se
acercaron a las mujeres en busca de la merienda. Un grupo de gente
hablando cruzó entre ellos y cuando hubo pasado, el hombre de la
mochila había desaparecido… Le buscó con la mirada a derecha e
izquierda... ¡Nada! Se había esfumado. Poco después se despedía
de su amiga, y cogiendo a sus dos pequeños se alejó hacia la salida
del parque.
Antes
de regresar a casa pasaron a ver a la abuela de los niños. Ésta
regentaba, junto a su marido, la fonda del pueblo. Justo hablando con
ella alguien bajaba las escaleras… Al volverse vio que era el
hombre del parque… No pudo evitar ruborizarse. Ahora era él quien
sonreía… Saludó a las dos mujeres y salió a la calle.
─¿Le
conoces? ─preguntó la dueña de la fonda.
─¿Quién,
yo?… ─respondió la joven mirándola sorprendida y temiendo que
la sonrojez volviese a su cara.
Dos
días después, domingo, la gente fue llenando poco a poco las bancos
de la iglesia… Elena también estaba, acompañada por sus hijos y
su madre se sentaron a la izquierda, hacia el centro… Cuando
apareció el sacerdote seguido por el hombre de la mochila, a Elena
casi le da un vahído… ¡¡Ángela María!! ¿Pero es que
este hombre estaba metido en todo?
El
hombre de la mochila hizo las veces del monaguillo. Y se veía que
había soltura en su hacer… Ese día Dios tuvo que practicar
toda su paciencia y comprensión al constatar que el protagonista de
la misa era el forastero y no el ritual… Ya a la hora de los vinos,
al mediodía, se conocía que éste se había presentado al párroco
pidiéndole poder ayudarle.
Estando
la fonda llena de comensales, era la comidilla de muchos al
observarle en compañía del cura comiendo juntos. El padre de Elena
les servía la comida personalmente. La madre le miraba con
curiosidad no exenta de cierta… Ni ella sabía muy bien de qué!
¿Quién
era este desconocido? ¿Qué hacía ahí? ¿Era cura también?… ¿Se
quedaría en el pueblo?
Solo
una mujer sentía, sabía, toda la verdad…
Hoy
siguen regentado la antigua fonda familiar… El tren pasó miles de
veces por aquella estación pero…, él nunca se fue!
buenos días Ernesto solo saludarte hermosos niños ...abrazos ,estoy bien
ResponderEliminarQué interesante... es hombre misterioso que aparece para no desaparecer más... algo ha visto que le ha gustado o algo le ancla al lugar.
ResponderEliminarMuchos besos :D
Una historia con su encanto y misterio, un abrazo Ernesto!
ResponderEliminarUn relato interesante.
ResponderEliminarSon muchas las personas que van de paso por algún lugar y terminan echando raíces en el.
Un abrazo
Me gustó mucho este relato con final abierto. Mientras te leía imaginaba muchísimas posibilidades acerca de la identidad del forastero..desde lo romántico hasta lo misterioso, desde lo cotidiano hasta lo que rompe moldes.
ResponderEliminarGracias por escribir!
Un abrazo!
Un bello relato con la connotación de cierto misterio en ese conocimiento por parte de los protagonistas, que supongo el autor se refiere a otras vidas…
ResponderEliminarUn abrazo Ernesto.
ResponderEliminarUna historia con encanto, misteriosa y que te hace pensar...me gusta.
Un abrazo, Ernesto.
Interesante relato! Tiene un dejo de realidad, da ganas de saber más de este hombre...
ResponderEliminarGracias por tu comentario, puedes escribirme al blog si lo deseas :) o si tienes facebook o algo así también podemos charlar por ese medio...
Un abrazo
ResponderEliminarEse forastero que llega y se enamora, me resulta conocido. Es un personaje, sobre el que haz escrito otra vez y de distinta manera, debe tener mucho de verdad y lo debes conocer, pues tus entradas hablando de él son muy buenas.
mariarosa
ResponderEliminarPreciosa historia, donde predomina el silencio de palabras en este "peregrino", que por otra parte -como a María Rosa- me resulta conocido:)
De todas formas, lo bueno de esta vida -entre otras cosas- es que sigan pasando trenes de continuo...
Un abrazo Ernesto y buen día.
Hola Ernesto.
ResponderEliminarMisterioso hombre llega, ella se ruboriza, los trenes pasan y él se queda.
Que la imaginación del lector ponga el final a esta historia, en la cual parece que si el misterioso hombre vino buscando algo, ya lo encontró.
Un abrazo.
Ambar
Misteriosa atracción la de ese ser que no se fue, que se quedó haciendo creer que había marchado...Porqué? Un abrazo Ernesto, voy a seguir leyéndote porque veo que se me han escapado un par de entradas tuyas y eso no puede ser jajajajaja
ResponderEliminarUn relato intrigante.
ResponderEliminarMuy interesante.
Un abrazo.
Estupendo relato,,,y la foto muy chula...un saludo desde Murcia.....
ResponderEliminarUn relato interesante, son muchas las personas anónimas que arriban a pueblos o ciudades sin que nadie sepa su pasado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Uy Ernesto qué misterioso y con ese final lo dejas abierto a que juguemos a interpretar aquello que más nos guste. Yo me voy a quedar con que era un hombre que sabía lo qué buscaba y lo que le gustaba y lo encontró. Espero que ella también lo haga.
ResponderEliminarUn beso
No solo vengo a corresponder por tu lectura a mis cuentos Ernesto... es que te he leído y me gusta lo que he leído. Solo una persona que sabe observador", solo un "mirón" en el sentido más amplio de la palabra puede contar, como cuentas tú, lo que ve y observa.
ResponderEliminarHas dibujado un escenario fresco, no solo de verdor, sino de niños jugando y madres, sobre todo una de ellas... y la manera en que interactiva con el pueblo incluso ayudando a misa, lo que deja entrever ciertas vinculaciones, puede que emocionales entre el lugar, la joven y él.
Que dan ganas de saber más.
Un cordial saludo señor escritor, de Isabel.
Por cierto... relajante y espiritual música que acompaña al blog.
ResponderEliminarYo leo tus relatos y nunca se definir bien los finales ,son como misteriosos.
ResponderEliminarMe dio mucha alegría verte llegar de tu viaje, ya se me hacía largo no verte por casa.
Ernesto feliz semana .
Un gran abrazo
Somos nómadas en busca de un hogar, y a veces, hasta lo encontramos..Precioso relato, Ernesto
ResponderEliminarUn abrazo
Parece Ernesto que a ese hombre de la mochila lo conoces bastante bien, porque en algunos de tus relatos lo veo o lo intuyo.
ResponderEliminarEs un hombre que por fin sabe lo qué quiere o al menos cómo quiere que sea el resto de su vida. Un relato sencillo, pero lleno de pequeños matices, un relato con cerezas de verdad, mirlos negros y una promesa de amor...
Un beso,
Hola Ernesto, este forastero tiene una historia sin terminar, un alto en el camino, que viene a su mente una y otra vez. Es algo que no pudo olvidar, esa mujer fue muy importante en su vida, sea del modo que fuere. Le ha marcado para siempre, y el simple hecho de verla de cerca le produce felicidad y tristeza al mismo tiempo por algo que pudo ser y no fue. Es mi impresión al leer tu relato.
ResponderEliminarHan seguido vidas distintas, sin olvidarse.
Abrazos.
Ernesto, un bello relato muy bien escrito que lleva al lector a vivir en primera persona las vivencias de los personajes. Caminantes que se encuentran en un punto y se complementan y echan raíces.
ResponderEliminarMe ha encantado.
Abrazos
Bonito relato Ernesto, hiciste que mi imaginación volara!
ResponderEliminarUn abrazo!