Le
encantan los días de viento en otoño cuando las calles se cubren de
hojas veloces en dirección a Dios sabe donde. Bien abrigado le gusta
pasear en silencio por las viejas calles del pueblo. Declina la
tarde… Las ventanas de las casas se iluminan con luz amarillenta.
Algunas chimeneas humean… Alguien se dirige a casa con las compras
de última hora.
Al
atravesar el puente observa la crecida del río. Una fuerte ráfaga
de viento hace que dos jóvenes se sujeten las faldas mientras
estallan en risas mirando a un lado y a otro.
Los
comercios de la plazuela van cerrando sus puertas. Las ocho dan las
campanas de la torre. Pasea bajo los soportales iluminados en
dirección a la iglesia. Le esperan. Una pareja de cierta edad,
vecinos de un cercano pueblo, desea casarse y quieren concretar
fecha.
Al
poco sale de nuevo y se dirige calle abajo hacia las afueras. El
viento arrecia de nuevo obligándole a inclinarse hacia delante. Llega ante una gran puerta de madera que da paso a la huerta del
convento. Pulsa el timbre.
Las
monjas que lo habitan pertenecen a la orden Siervas de San José.
Religiosas que no utilizan hábito. Ya una hermana le espera
sonriendo a la puerta del edificio principal. Le recibe con un
abrazo. Recorriendo algunos pasillos debilmente iluminados llegan
hasta la cocina. Un abocanada de calor le acoge. El olor a comida es
intenso. Algunas tarteras al fuego borbotean bajo las tapas. Sobre
una repisa de baldosas azules unas fuentes de cristal contienen una
especie de flanes todavía humeantes.
Las
ocho mujeres ocupadas en preparar la cena e ir poniendo la mesa le saludan… Una le llama ofreciéndole un cucharón de
madera lleno de sopa para que la pruebe… Otra le señala una jarra
de barro sobre una mesa y le guiña un ojo… ¡Por tu cumpleaños!
La
buscó con la mirada y la encontró de espaldas preparando algo en
unos platos… Supo que ella se sabía observada y sonrió
ligeramente al imaginar el rubor de sus mejillas. La más joven y la
última en incorporarse al grupo. En un principio la relación fue
normal entre ellos. Y así durante al menos dos años… Pero fue en
algunas reuniones de estudio al comentar aspectos de la vida y la
espiritualidad donde se descubrieron con saberes y sensibilidades
diferentes al resto. Sacerdote y monja sí! Pero hacía ya tiempo que
habían despertado a realidades que trascendían los estrechos y
marcados senderos de la iglesia.
Una
cena entrañable. Una camaradería natural, desenfadada, sin
prejuicio alguno.
El
grupo de monjas estaba muy integrado en el pueblo, con la gente y
demás asuntos sociales. Buscaban medios para dignificar el trabajo
de la mujer. Las enseñaban y preparaban. Realizaban visitas de
familia, llevaban la comunión a los enfermos. Daban catequesis. Se
ganaban la vida. No se distinguían de cualquier vecino.
Canturreando
una antigua melodía cruzó rápido las calles desiertas del pueblo
en dirección a su casa… El viento había amainado. Le pareció que
debía de hacer más frío que antes. Por un momento un pensamiento
de cuando niño en una noche parecida ocupó su mente. Su madre le
vino al recuerdo. Y supo...
Supo
que si bien se encontraba cómodo en su función de sacerdote
no sería tal por mucho tiempo. Y que el día que partiese mochila al
hombro no iría solo.
Respeto cada elección de vida, al principio no me gustaban las monjas porque tuve malas experiencias en mi colegio, lo que me provoco fobia escolar y lo pase muy mal y mi familia también....después con los años y experiencia entendí que son un aporte con el rezo dando energía positiva al universo, como los mantras budistas o muchos otros. Las religiones a veces nos separan pero lo que nos une de ellas que el fin es el mismo casi siempre, ser felices, dar paz al mundo y buena energía, salvo escasos casos que la gente se ve presionada a hacer algo que no quiere.
ResponderEliminarQUE VIVA LA VIDA, QUE VIVA EL AMOR UNIVERSAL, QUE VIVA LA VIDA CREATIVA EN LIBERTAD.
Mi abrazo para ti, muy buen post.
mar
Ah! Me encanto tu relato, con ese toque irreverente de romper las normas.. "saber que no iría solo!"
ResponderEliminarMe ha gustado muchísimo leerte.
Leerte es una experiencia religiosa
ResponderEliminarQue entrañable relato Ernesto, me ha encantado. Saludos.
ResponderEliminarMe encanta la sensación de libertad que deja el párrafo final, saludos amigo.
ResponderEliminarQue bonito relato éste que no rompe con lo místico y religioso, sino que hace místico y religioso el amor sin importar de dónde y cómo llegue.
ResponderEliminarUn fructífero paseo por el que te acompañamos de tan bien que describes todo, hasta los sentimientos que brotan espontáneos e irremediablemente.
Un gusto leerte.
Abrazos.
ResponderEliminar...un canto a la libertad de conciencia individual.
"Habían despertado a otras realidades que trascendían los estrechos y marcados senderos de la iglesia"
Abordas con sincera naturalidad y delicadeza, un tema que aún es para muchos, un hecho dogmático, intocable.
Enhorabuena y abrazo
El camino de cada uno es único e intransferible y guarda el secreto de los pies que lo recorren.
ResponderEliminarCada uno debe permitirse a sí mismo recorrer el propio camino.
Y así es, cuando las experiencias ocurren en la vida sin resistencia alguna y el camino se va abriendo paso a paso. Sensaciones que no se pueden detener, porque siempre estamos en camino hacia nosotros mismos.
Un abrazo Ernesto y feliz domingo.
Ernesto, está bueno reconocer que el camino de dar y servir no solo está dentro de una orden sino también en la vida misma, los buenos sentimientos valen siempre, un abrazo!
ResponderEliminarEstar solo o con alguien no es importante
ResponderEliminarlo importante es saber volar
cuando llega el instante
Un abrazo INMENSO
Ernesto un testo muy interesante, pase lo que pase hay que mantener nuestro corazón despierto, y tratar de vivir el día a día con consciencia y flexibilidad, y seguir avanzando.
ResponderEliminarUn abrazo.
Un buen texto. Hay que evolucionar .Los sentimientos son muy importantes.
ResponderEliminarUn abrazo. Feliz semana.
Ernesto, un tema interesante en estos tiempos que vivimos y que deseo sean de renovación real en muchos campos anclados en el pasado. No es la renuncia a una actividad que se ama lo que nos hará libres para abrazar otros ideales o sentimientos sino que será la posibilidad de aunar y disfrutar de todas las querencias, sin tener que renunciar a ninguna de ellas.
ResponderEliminarEspero y deseo que la Iglesia Católica se lo plantee seriamente; ya sería hora.
Un abrazo fuerte, amigo mío.
No comprendo cómo lo haces, pero incluso en prosa logro ver poesía, lo cual es tan difícil como llegar a ser poeta. Me ha encantado este relato en el que no dejas de sorprender a quien se atreve a leerte a pecho descubierto. Cada vez que paso por este lugar, crezco como lectora. Un abrazo enorme!
ResponderEliminarBien por él y por ella, habrà sido el aroma de flanes...?
ResponderEliminarLa historia es tierna e imagino real.
Me gusta el dibujo del pueblo aunque no sea de otoño pero ilustra bien tu bello relato.
Un abrazo amigo Ernesto, y disfruta de este otoño-invierno de hojas en el suelo y fulares en el cuello :)
Me he sentido como si estuviese viviendo todos los acontecimientos del pueblo, buen relato Ernesto.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Qué bueno! Por lo real, por lo natural, porque los sentimientos no saben de cadenas ni de ataduras, porque la vida se vive hoy, si no, igual se nos hace tarde...abrazos.
ResponderEliminarAl fin lo entendible es que son seres humanos...y como sea cada quien viene a la vida a vivirla en lo que se presente , pero de acuerdo a las propias decisiones personales...
ResponderEliminarUn relato diferente y precioso. Texto perfecto y la idea me ha encantado.
ResponderEliminarOír al corazón es la única manera de ser.
Un abrazo, Ernesto.
Muy bella historia, historia que se repite ya muy naturalmente. Dios está siempre entre dos que se aman.
ResponderEliminarmariarosa
Hola Ernestito nuevo amigo, paso a dejarte mi saludo y cariño.
ResponderEliminarmar
Un texto magnífico con deseos de volar en libertad saltándose las reglas.
ResponderEliminarY es que a fin de cuentas están para eso, para saltárselas...
Saludos
Hermosas letras amigo... Y más allá de quien acompañe, la verdad es que nunca estamos solos.... EL siempre está a nuestro lado...
ResponderEliminarBendiciones y Abrazos
Isaac
Me ha encantado el relato, Ernesto, excelente y muy visual, muy otoñal, muy de mi gusto, y sé como olía en la cocina del convento...
ResponderEliminarMe he sentido de nuevo paseante con ese cura, que al fin y al cabo es un hombre y siente como un hombre.
No entiendo que la Iglesia se empeñe en el celibato, es antinatural.
¿Sabes? de pequeña le pedía al Cristo de la pequeña capilla del internado, un Cristo que mí me encantaba porque parecía dormido, que por favor, no me llamara para monja, y hasta le daba nombres de otras compañeras que sí querían, y es que nos decían que no podíamos rechazar la "vocación"
Y yo le decía al Cristo, ni se te ocurra, a mí no llames. Seré buena igual, pero no monja.
Ya ves que recuerdos.
Un beso,
jajaajajajaja...
ResponderEliminarOído fino demostró tener el Cristo ese... O fue prudente en no meter en el convento a quien posiblemente lo hubiese revolucionado!
Un gran abrazo, Tesa.