Caramillo: flauta hecha del cuerno de las ovejas y usado
por los pastores
desde
tiempos antiguos.
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Con
su mochila al lado y un amplio sombrero boca arriba delante de él,
era habitual verle los días de mercado bajo los soportales de la
plaza de Saldaña tocando el caramillo. Le encantaba tocar ese
instrumento antiguo y musical que le legó su abuelo. Éste, pastor
de las tierras zamoranas de la Comarca de Aliste le enseñó a
tocarlo en los veranos que, de vacaciones, le acompañaba con el
rebaño.
Cuántas
noches se durmió al raso junto a su abuelo y los mastines oyéndole
contar historias que, de mayor supo, siempre encerraban una enseñanza
o lección. Cuántas veces veía moverse el cielo, eso creía
entonces, al observar que las estrellas se movían… Al ulular del
búho real se quedó muchas veces dormido.
Dos
mujeres de mediana edad se pararon delante de él y, mientras
depositaban unas monedas en el sombrero, le comentaba una a la otra:
-Hoy
he puesto cocido para comer. Como le gusta a Juan, ¡con todo!
Después yemas tostadas…
-Qué
ricas, contestó la otra. Tienes que enseñarme a hacerlas. Lo he
intentado pero no me salen como las tuyas.
-Cuando
quieras…
Y
siguieron hablando de platos y otras cosas delante del músico
callejero quien, y sin que se diesen cuenta, había dejado de tocar.
-¡Uy!…,
dijo una de ellas al observar que éste las miraba sonriendo, nos
hemos puesto a hablar delante de ti sin darnos cuenta…
-No
se preocupen, dijo el músico amablemente, y dirigiéndose a la
primera le comentó: de ese cocido que hablaba, y que los hacía mi
madre también, ya comería un buen plato caliente…
Las
dos mujeres soltaron la carcajada por el desenfado del joven.
-Pues
mira, has tenido suerte, invitado quedas a comer! A las dos y media
te esperamos en casa. Y explicándole dónde era se alejaron
sonriendo.
Sentados
los dos hombres a la mesa en una acogedora cocina, donde ardía en la
chimenea la roja encina castellana, la hija del matrimonio le
preguntó:
-¿Quieres
agua o vino? A lo que éste contestó sonriendo, ¡agradezco de vez
en cuando un buen vaso de tinto!
Una
comida entrañable. Una generalizada conversación permitió risas y
confianzas que fueron desembocando en pequeñas confesiones…
El
joven músico, que no lo era tanto pues ya peinaba sus 39 años, les
explicó que si bien parecía un trotamundos no lo era, por lo menos
en su acepción de vagabundo. Les dijo que junto a un socio tenía
una pequeña empresa de informática y publicidad. Y que estas
salidas al mundo las hacía por puro placer de recorrer pueblos y
conocer gentes. Reconoció que en ello había mucho de las andanzas
con su abuelo y sus enseñanzas.
Aquella
noche cenó de nuevo con ellos. Y al día siguiente las gentes del
lugar volvieron a oír las dulces notas del caramillo.
Qué talento para narrar lo sencillo! Me gusta muchísimo la cotidianeidad de tus textos,que siempre nos dejan una reflexión en la punta de los dedos.
ResponderEliminarHola Ernesto. Es bueno recordar nuestro pasado si sirve para vernos tal y como somos hoy.
ResponderEliminarEs un ejercicio de la memoria ya que acompañan retazos de vida vivida donde afloran vagas emociones que parecen instalarse definitivamente en nuestro interior.
Tus relatos siempre llevan recuerdos quizás de un tiempo lejano.
Un cálido abrazo
Encantador este relato Ernesto, para resaltar las relaciones que se pueden obtener conociendo gente, y desde luego tu protagonista lo hacía de una manera muy peculiar.
ResponderEliminarDisfrute la lectura y me gustó mucho las conversaciones y como lo has desarrollado de principio a fin.
¿Tú no usas el caramillo? jajaja.
Un abrazo.
Ah! me encanta la pintura, parece una acuarela rápida.
ResponderEliminarQue bonito relato, con el sabor de la vida tranquila de los pueblos y la generosidad de sus gentes.
mariarosa
Con lenguaje vivo, acercas la vida sencilla, tal como es.
ResponderEliminarEl alma tiene muchos registros. El arte está en saber cuales debes tocar.
No todo es lo que parece.
Un abrazo Ernesto.
Los recuerdos de la niñez, el campo, la música y las moralejas...entrañable relato. Abrazos.
ResponderEliminarPrecioso relato, yo esto lo he vivido el Asturias en la aldea de mi cuñado...tenia ovejas y las llamaba con un cuerno...y muchas cosa que hacía para las vacas.
ResponderEliminarErnesto siempre nos dejas hermosa música y bellos relatos.
mi gran abrazo
Que bonito relato, me gustó la generosidad de las mujeres y las buenas relaciones con la cena.
ResponderEliminarUn abrazo.
Un lindo relato. Una historia sencilla y bonitas.
ResponderEliminarUn abrazo,
Tuvo suerte el viajero de encontrar personas generosas y de buena voluntad, un buen saldo para ese viaje, un abrazo Ernesto!
ResponderEliminarQue relato tan delicioso, Ernesto, el caramillo es la excusa de un hombre para volver a conectar con su lado menos "domesticado" y sencillo de su ser, conocer lugares, gente y dejar que la vida le sorprenda.
ResponderEliminarCon un cocido sabroso y un vaso de vino tinto en buena compañía, compartiendo experincias.
Deberíamos ser todos como esa mujer de tu relato y no tan estirados y prejuiciosos.
Algún día te contaré como mi marido llegó a casa un día y se encontró a un bosnio desconocido en mi cocina. Él necesitaba hablar y yo estaba haciendo la comida. Todavía nos reímos.
Un beso,
Este relato es de esos sanadores que nos invitan a sonreír.
ResponderEliminarGracias.
Besito.
Gracias Ernesto por tu comentario en mi blog...Aquí está lloviendo mucho ...
ResponderEliminary aquí buena música.
Un gran abrazo
Marina
Precioso relato, Ernesto, es bonito mantener ciertas tradiciones tan entrañables, imaginé toda esta narración transportadora a la que invitaste con ternura, me encantó.
ResponderEliminarAh! Sonreí :)
Un beso, Ernesto.
Bella manera de escapar de la rutina citadina, del ritmo frenético que nos quita la vida... Como quisiera yo ahora ser ese hombre en una ciudad distante y sencilla, donde la gente aún puede invitar a extraños a su casa sin las desconfianzas que aquí reinan por donde se mire...
ResponderEliminarUn lindo relato =)
Encantadora historia, dulce, alegre, espirituosa...como una buena copa de tinto...
ResponderEliminarPaz hermano
Isaac
Linda historia sin dudas
ResponderEliminarmucho de ello podemos aprender
que vuelva la confianza entre las personas ....por el solo hecho de sentirse en esa corriente de
saber ser y aceptarse recíprocamente...
una comprensión mayor del mundo que nos rodea.
Qué bonita historia, Ernesto, dulce y esperanzadora. Yo creo que esos ratos fundamentan largas y fructíferas amistades (y hasta puede que algo más).
ResponderEliminarMe ha gustado mucho, muy evocadora.
Abrazo largo.
ResponderEliminarComo siempre, entrañable, sabio y didáctico tu relato. Quiero creer que ese trato sencillo, natural y generoso de las gentes, sigue aún vigente en algunos lugares.
Un abrazo con son de caramillo.
Me ha gustado la historia. Ser vagabundo en verano debe ser muy bonito y volver, pasado ese tiempo a la realidad del día a día, poco llevadero, creo yo.
ResponderEliminarMe ha fascinado la palabra CARAMILLO que nunca la había oído y eso que la zona de Saldaña la conozco. Me gusta su pan y sus dulces; sus caminos llanos y sus campos de cereales.
He visitado varias veces Ciudad Olmeda...
Con tu relato, he decidido visitar de nuevo la zona en la próxima primavera, que en invierno hace mucho, mucho frío
Un abrazo