Palma
de Mallorca, 1954, contaba el pequeño 6/7 años. Todos los días
recorría a pie, y solo, cierta distancia a través del campo hacia
la escuela. Algarrobos, almendros, higueras, granados, jalonaban el
camino sirviéndole de entretenimiento y compañía. Le gustaba
trastear con la resina que rezumaban los almendros, hacer que los
palitos que ponía sobre los charcos los cruzasen como si de barcos
en el océano se tratase. Oía el canto de los pájaros, veía el
vuelo de las mariposas, abejas, insectos. Las figuras inmensas que
las nubes construían en el cielo sobre su cabeza. Las casas de
campo, con sus pozos delante de la puerta, las huertas, las praderas
con ganado, etc. Fluía con la vida natural, y por ello
inteligente, si es que la naturaleza admitiese este adjetivo,
¡que no lo necesita!
Así
transcurría su vida. Tranquilo, seguro, sin temor alguno. ¡¡A qué
habría que temer!!
Hasta
que llegó la ignorancia, disfrazada de bienintencionada. Es curioso,
casi siempre llega con este disfraz, inocente, cuando la realidad es
que sus consecuencias son como las de la peste. ¡Devastadoras!
Una
mañana en clase, la monja que hacía de maestra, les “previno”
de que si en alguna ocasión un hombre subido en un carro les pedía
que subiesen, no lo hiciesen pues era el demonio. Acabó la clase y
todos los peques, sin tener en cuenta la advertencia, salieron de
nuevo al mundo… Pero el mundo ya no era el mismo. Ahora había
“demonios”. Cuando se habría alejado del colegio unos cien
metros, un hombre, mayor, subido a un carro le preguntó por una
dirección, alguna casa de campo, el niño le indicó el camino… Y
el hombre viendo que llevaban la misma dirección le dijo que si
quería subir al carro…
Despavorido,
gritando, llorando, dio media vuelta en dirección al colegio y
aporreando la puerta con ambas manos gritaba que el demonio quería
llevárselo. Horas después, y viendo llover copiosamente tras los
cristales de la clase vacía, esperaba que su padre viniese a
buscarle. Tiempo más tarde supo que el carretero le había seguido
hasta la escuela, tan asustado como el propio niño, para comunicar a
las monjas lo sucedido.
No
recuerda que el camino fuese diferente a partir de ese día… Tal
vez todo quedó, en ese trayecto, olvidado. Pero si sabe hoy que
desde ese día conoció el miedo… Y, de alguna manera, condicionó
aspectos de su vida.
Por
cierto, nunca el demonio llamó a su puerta, ni en carro ni en
bicicleta… ¡A qué pues “prevenirle”, asustarle, cargarle con
las cadenas de la ignorancia de los adultos y sus miedos
irracionales!
Un
comentario oído en la parada del autobús entre dos mujeres en el
sentido de que “más vale prevenir que lamentar”, en relación a
“asustar” a los niños para que “eviten” hipotéticas, e
improbables, situaciones de “riesgo” en sus vidas, trajo a su
memoria la experiencia vivida…
¡¡Y
no, nunca introdujo el miedo ni en sus hijos ni en sus nietas
“previniéndoles” de cosa alguna!!
¡Patético, Ernesto!
ResponderEliminarNo es razonable ni aceptable que alguién que se supone tiene al menos un mínimo caudal de instrucción, deforme la mente de indefensos niños con tanta ligereza. El daño que les causa como muy bien lo reseñas, es brutal y gratuito.
Saludos.
Lamentablemente el mundo está lleno de desalmados y hoy por hoy los niños son pasto para esta gente aún siendo advertidos de no confiar. Tal vez sea cuestión de encontrar el equilibrio entre tanto cuento donde el bien siempre puede al mal y la realidad. Saludos.
ResponderEliminarEn mi niñez también recorría un largo camino por el campo hacia la escuela, iba observando la naturaleza, descubriendo sus formas y olores.
ResponderEliminarEn aquellos años no había la maldad que existe hoy. a pesar de ello creo que no debemos inculcar miedos a los niños, en la niñez se queda todo grabado, pudiendo producir consecuencias en la madurez.
Un abrazo.
Formar y educar a los niños en el temor,en el miedo,en la desconfianza debería pertenecer al pasado de los que ya tenemos algunos años.
ResponderEliminarHoy en día hay muchas más herramientas para que los niños puedan confiar en los padres, puedan comunicar algo que les choca,o les molesta...
Sin miedo a ser castigados por decir lo que les pasa.
Muy bueno,como siempre Ernesto!
Toda mi admiración.
Hola Ernesto: Evocas esa infancia apacible, confiada y bucólica. El niño recorría el camino a la escuela, como un niño, confiado, En su inocencia, sin malicia, iba y volvía distraído, sin miedo.
ResponderEliminarSi los padres hubieran sabido o intuido de algún peligro, seguro que su amor les habría mostrado la manera de alertar al niño. El amor de los padres, en la convivencia familiar, todo fluye naturalmente. Las advertencias se reciben con cariño, sin sobresaltos, como un consejo y no como una amenaza. Los niños no tienen miedo. Saben mucho. Aprenden rápido.
Alguien, en el cole, puso para los niños cara al miedo. Y además de cara, también puso palabras "sube", "te llevo" etc, que rompían el hechizo de la confianza y la inocencia.
Esa persona, aunque tuviera autoridad y experiencia, se pasó 3 pueblos con los niños. Rompió su confiada inocencia. Creó un peligro y un mal donde antes no lo había.
Entonces, tal vez por un "buenismo" religioso, tan perjudicial o pernicioso, como algunos "buenismos interesados" que rompen la inocencia y la confianza de los niños invitándoles a experimentar.
Gracias, por hacer pensar.
José Manuel
Así se ha asustado a tantos niños ,metiendo el miedo en ellos,y esa no es a mi manera de ver y de hacer,la forma .
ResponderEliminarAl niño,al hijo,se le dicen las precauciones que deben de tener con tranquilidad,reposadamente,y nunca jamás con miedo.
Aún recuerdo que un día tuve que ir al colegio de mi hija a "llamar"la atención a su profesora porque a la edad de seis años les dijo barbaridades sobre la pasión de Cristo.Y aunque yo soy cristiana,hay cosas que nunca toleré que a mi hija le dijeran.En ese aspecto,nunca me contuve
Saludos
Gó
Era tan común....Meternos miedo por casi todo. Es mezquino hacerlo. Y casi es irreversible, después.
ResponderEliminarSigue siendo tan común meternos miedo por todo. Y no sólo a los niños.
Un abrazo sin miedo, Ernesto! :)
Cuidarlos y acompañarlos, haciendo que confíen en sus seres queridos ante dudas y temores, un abrazo Ernesto!
ResponderEliminarLos que vivimos la niñez de los años cuarenta y cincuenta, es raro que terminamos traumatizados, con aquella visión apocalíptica que teníamos que soportar en clases de religión, en curas misioneros, (aún me sigue asustando el vozarrón roto del Padre Rodríguez), para los cuales el dios del amor y la clemencia no debía existir.
ResponderEliminarMe gustó tu historia.
Un abrazo.
ResponderEliminarSon costumbres de antes que en vez de explicar (tal vez no sabían cómo)
metían miedo en los niños. Recuerdo a la abuela de mi esposo que le decía a mis hijos pequeños, ante alguna travesura: -No hagas eso que Dios te va a castigar. No sólo tenía que explicar a mis hijos, también a ella que se quedaba mirándome como si lo que yo le decía no lo entendiera.
mariarosa
Una forma mala que se usaba para conseguir que un pequeño se portase bien con el miedo, afortunadamente que la mente de los mayores ha cambiado.
ResponderEliminarUn abrazo.
Crear miedos para controlar la conducta de los niños, considero que es una práctica inadecuada y peligrosa, y lo que consigue...que los niños crezcan inseguros.
ResponderEliminarMuy diferente es explicarle y otorgarle elementos para su protección, ante los "miedos" evolutivos y normales que irán desapareciendo progresivamente, y que a ciertas edades surgen en los niños.
En mi pueblo no había miedos, éramos gaviotas libres😂😂
Un abrazo Ernesto
Considero que es bueno poner a los niños sobre aviso de lo que les puede suceder si se van, o cogen algo de algún desconocido, porque siempre ha habido casos lamentables y hoy día más.
ResponderEliminarQue se les mete miedo para siempre?, no lo creo, le servirá para tener esa precaución que bajo mi punto de vista no está mal. Así lo hicieron conmigo y así lo hice con mis hijas, y desde luego por ello no hemos quedado traumatizadas.
Ahora, el caso que cuentas del dicho de la monja, me parece de la edad media, aunque la mujer lo haría con su buena intención, y a cada niño le produciría un efecto distinto.
De cualquier forma de mayores, tenemos miedo o respeto por algunos momento que surgen en la vida cambiándola de un plumazo, lo más natural…
El miedo existe, y si alguien me dice que no lo ha sentido nunca, no le creo sincero.
Un abrazo.
Es bueno advertirles de los peligros. Y, aún así, a veces no se pueden evitar sucesos desagradables.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hola, Ernesto.
ResponderEliminarYo recuerdo en mi niñez que también me decían que venía un tío mantequero que mataba a los niños. Pero creo que la monja se pasó... o tal vez dio la casualidad que pasó el hombre con el carro y eso fue lo peor en ese momento. Si no hubiese llegado en esos momentos, al niño se le habría olvidado y el miedo no habría hecho efecto en él.
En aquellos tiempos creo que no había tanta maldad como ahora... porque lo que pasa ahora es para tener miedo...
Te dejo un abrazo.
Gracias por pasarte por mi blog. Soy maestra. Aunque no soy partidaria de asustar, nunca sabes lo que va a entender un niño, especialmente si es muy pequeño, ni cómo le va a afectar. También soy la cuarta de siete hermanos. A la quinta le asustaban mucho las historias del demonio, de las mismas que yo me reía. Debe ser que ella imaginaba más vívidamente que yo lo nos contaban. Es triste que se merme la confianza cuando el ambiente es tan saludable como lo has pintado. Esto me sugiere que tal vez deberíamos empoderar a nuestros niños ayudándoles a hacer valoraciones ajustadas de lo que perciben. Por cierto, qué bonito el paraje que has descrito.
ResponderEliminarUn abrazo Ernesto
Que tema tan interesante, Ernesto. Una cosa es advertir de los peligros cotidianos a un niño pequeño, desvalido, y otra inculcar miedo y temor. Esos miedos causan inseguridad en un futuro, porque nadie está exento de controlar todo lo malo que nos acecha. El solo hecho de vivir ya es correr un riesgo.
ResponderEliminarLuego, somos presos de nuestros miedos a lo largo de la vida, que nos atenazan y nos impiden vivir libres.
Lo has descrito muy bien con tu relato.
Abrazos.
Muy interesante Ernesto la reflexión derivada de ese más vale prevenir que curar. Creo que a veces la dificultad en explicar ciertos peligros hacía que se optara por la vía fácil del "miedo exprés" y lo he sentido por ese niño que debió quedar horrorizado con ese "demonio", vaya mala ocurrencia y casualidad desafortunada. Es importante explicar las cosas, no inculcar miedos.
ResponderEliminarMe ha gustado la manera de describir ese paseo en el que la naturaleza acompañaba sin miedos.
Besos
ResponderEliminarEsa puñetera manía de no llamar a las cosas por su nombre. El miedo, en su justa medida, nos cuida, nos hace prevenir o reducir riesgos, tomar los resguardos necesarios ante situaciones de peligro. Ése es el miedo conveniente e incluso necesario. El miedo en exceso, a lo desconocido, a lo inventado no tiene ninguna finalidad, más allá de evitarnos avanzar. A mis hijas les prevengo de los riesgos que pueden encontrar, no para infundirles miedo, sino para que tengan precaución. E intento llamar a las cosas por su nombre.
Aparte de eso, cada uno debemos lidiar con nuestros propios demonios.
Un abrazo